Causalidad


Ayer se cayó un paquete de yogures naturales de la cinta de la caja del supermercado. Los yogures cayeron cuando la cajera pulsó el botón para que las mercancías avanzaran en la cinta. La culpa fue de la clienta, de mediana edad, que no tenía ni grandes conocimientos de arquitectura ni un cierto sentido común para saber qué cantidad de cajas se pueden apilar.
Desgraciadamente los yogures cayeron de una forma muy concreta que provocó que se abrieran. Normalmente no se abren. Se abollan, pero no se abren. Pero esta vez, sí. Yo, en ese justo momento, estaba agachado desenganchando una cesta para la compra que estaba dentro de otra. Los yogures me salpicaron toda la pernera del pantalón llegando las manchas blancas hasta la camisa.
 El yogur era natural. Las manchas blancas sobre mi clergyman negro no dejaban de tener una cierta belleza por el contraste. Por más que me dieron primero papel para limpiarme y después toallitas húmedas, seguí quedando sucio. No sólo estaba manchado, sino que, además, me sentía sucio.
Yo que había sido testigo de la escena, encima no podía encontrar a nadie a quien culpar. Sólo me cabía culpar al azar o a una conjunción premeditada de causalidades basada en la existencia de un Motor Inmóvil. Desde una visión neoplatónica del evento, todo era pura apariencia. Vistas desde el ámbito supralunar de las almas de las esferas, esas manchas tenían poca entidad. Pero aquellas condenadas manchas se resistían a pesar de las atenciones de las dos cajeras con sus toallitas.

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