“En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle: -Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado. El les contestó: -Dadles vosotros de comer. Ellos replicaron: -No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.) Jesús dijo a sus discípulos: -Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se echaron. El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos” (Lucas 9,11b-17).
1. Este domingo, en la solemnidad del Cuerpo de Cristo, estamos invitados a unirnos todos en oración, junto al Papa (de 17 a 18 h., horario de Roma), en todas las iglesias del mundo en que sea posible. Con el lema Un solo Señor, una sola fe, nos unimos al Papa para rezar por la Iglesia en todo el mundo, para que sea portadora de misericordia, dé sentido al dolor y al sufrimiento, y restituya la alegría y la serenidad en el mundo; y rezar por todos aquellos víctimas de las nuevas esclavitudes, las guerras, la droga y la trata de personas; por los parados y ancianos; por las mujeres y niños que sufren violencia; por los inmigrantes, encarcelados y marginados..., para que oración y la acción de la Iglesia les conforte y les sostenga en la esperanza. La Adoración eucarística manifiesta la unidad y la universalidad de la Iglesia. Somos ahí los sarmientos, unidos a la vid, y daremos fruto abundante.
El Corpus Christi es una fiesta instaurada para adorar públicamente, alabar y dar gracias al Señor oculto en la Eucaristía. En este año de la fe, esta hora de adoración supone un hito especial, que nos recuerda la anécdota del cura de Ars, que pregunta a un viejecito que se pasaba ratos delante del Santísimo, hasta que un día le preguntó el santo: Pero usted, durante este tiempo, ¿qué hace? Y él le dijo: Nada, yo le miro, y Él me mira. Vamos a dejarnos mirar por Jesús… cuenta un sacerdote: «Un chico entra en el confesionario y rompe a llorar; lágrimas y lágrimas... Me dice: Llevo años alejado de Dios y de la Iglesia. He venido a la capilla por curiosidad, pero no puedo más, me quiero confesar. No Le puedo mirar estando así». La Madre Teresa de Calcuta decía que «el tiempo que uno pasa con Jesús en el Santísimo Sacramento es el tiempo mejor invertido en la tierra».
El día del Corpus ha de ser un momento álgido para continuar luego en esa adoración: "La procesión del Corpus hace presente a Cristo por los pueblos y las ciudades del mundo. Pero esa presencia, repito, no debe ser cosa de un día, ruido que se escucha y se olvida. Ese pasar de Jesús nos trae a la memoria que debemos descubrirlo también en nuestro quehacer ordinario. Junto a esa procesión solemne de este jueves, debe estar la procesión callada y sencilla, de la vida corriente de cada cristiano, hombre entre los hombres, pero con la dicha de haber recibido la fe y la misión divina de conducirse de tal modo que renueve el mensaje del Señor en la tierra. No nos faltan errores, miserias, pecados. Pero Dios está con los hombres, y hemos de disponernos para que se sirva de nosotros y se haga continuo su tránsito entre las criaturas" (san Josemaría, Es Cristo que pasa, 156). Y añadía este santo que el Señor está siempre en el Sagrario. Parece que no nos oye, pero nos escucha amorosamente, con el cariño de un padre y de una madre, escondiendo su Divinidad y su Humanidad. Es un Señor que habla cuando quiere, cuando menos se espera, y dice cosas concretas. Después calla, porque desea respuesta de nuestra fe y de nuestra lealtad. Sin fijarnos en el sentimiento, sin desearlo…
Es un día para bendecir al Señor, con jaculatorias, echarle saetas, flechas encendidas continuando durante el día la celebración de la Misa, que es como el sol que ilumina y da calor, cada día, a toda la vida del cristiano (S. Juan Fischer).
Recuerdo la carta sobre el domingo de Juan Pablo II, donde nos decía que si no nos abrimos al amor de Dios, nuestro horizonte queda encerrado en cuatro nubes, y no nos permite ver el cielo. Si pensamos que la Misa es el misterio de fe y amor, no escatimaremos el tiempo para ir a su encuentro en adoración, en la contemplación de este tesoro: "¡No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo" (Dies Domini 7).
El mismo Señor explica el significado del milagro de la multiplicación de los panes y peces: el alimento multiplicado es el acontecimiento visible que remite a la realidad invisible de un don totalmente nuevo, la Eucaristía, el Pan de Vida. En la Liturgia de la solemnidad del Corpus Christi, la Iglesia nos invita a pensar en la escena: al caer la tarde, tras predicar el Reino y curar a los enfermos, Jesús alimenta a la multitud multiplicando cinco panes y dos peces; al caer la tarde, la víspera de su Pasión, Jesús se entrega por todos instaurando el alimento de vida eterna. En la pobreza de un escaso alimento está el principio de la comida que sacia a todos; en la pequeñez del pan y del vino comienza la entrega sin reservas del Hijo que redime ofreciendo su Cuerpo y su Sangre en sacrificio. Para multiplicar el alimento, Jesús cuenta con los apóstoles; para perpetuar su entrega, Jesús confía el memorial de su Pasión a los mismos apóstoles. Jesús manda a la multitud que se recuesten formando pequeños grupos; el mandato dado en la Última Cena (Haced esto en memoria mía) hace la Iglesia, llamada a congregar a toda la Humanidad en el nuevo pueblo de Dios. Los gestos de Jesús obran el milagro: toma el pan, eleva la mirada, pronuncia la bendición, parte el pan y lo distribuye; los mismos gestos se repiten la Última Cena y realizan con las palabras de Jesús el don de la Eucaristía: Sacrificio unido al de la Cruz, Presencia en los signos del pan y del vino, Comunión en Él y desde Él por el alimento. Todos comen y se sacian, «pues el hartarse indica que el hambre ha desaparecido para siempre, porque no habrá más hambre una vez recibida la comida de Cristo» (san Ambrosio de Milán). El milagro no termina con la multiplicación, se recogen las sobras en doce cestos; en el don sobreabundante del Señor nada hay despreciable; los doce apóstoles, columnas de la Iglesia, son constituidos en portadores de los dones de la salvación.
Vemos por tanto que no se trata solo de una solidaridad por una comida material, el alimento multiplicado es signo de un alimento mayor: Jesús anuncia con sus gestos y palabras la entrega de un don superior. Pero al mismo tiempo celebramos el día de la Caridad (caritas), porque la realidad del amor infinito del Señor contenida en la Eucaristía exige, por su propia grandeza, el signo inequívoco del amor fraterno; sin éste, no se abraza la realidad (José Rico).
2. El rey de Salem-Jerusalén ofrece el pan y el vino de la hospitalidad al que vuelve victorioso. Es también una comida de comunión con él. El sacerdote del Altísimo reconoce y alaba al Dios que dio la victoria a Abrahán; y éste hace suya la alabanza, reconociendo que su Dios es el mismo a quien venera el sacerdote cananeo: “En aquellos días, Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo. Y bendijo a Abrahán diciendo: -Bendito sea Abrahán de parte del Dios Altísimo, que creó el cielo y la tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo, que ha entregado tus enemigos a tus manos. Y Abrahán le dio el diezmo de todo”. Vemos ahí una figura de Jesús, como dirá la carta a los Hebreos, y también encontramos una profecía de la Eucaristía, en ese misterioso personaje del que habla también el salmo: «Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies.» Eres tú, Jesús, quien mediador perfecto entre el cielo y la tierra, nos muestras el camino, siendo tú mismo el camino, para ir al cielo.
“Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: somete en la batalla a tus enemigos. «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora.» El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec»“. Estas palabras también son una esperanza para nuestra fidelidad, a pesar de nuestras dificultades, pues tú, Señor, eres fiel: creo en tu promesa, tu juramento. Confío en ti, Señor. Me dejo llevar…
3. "Mi cuerpo, dice Jesús, se entrega por vosotros; hacedlo en memoria mía. Esta copa, mi sangre, la beberéis en memoria mía". Es la nueva Alianza, "mediante la muerte del Señor"; y la celebramos en la misa, llenos de esperanza en el día en el que esta Alianza quedará plenamente concluida, cuando "venga" el Señor. La Iglesia "anuncia la muerte del Señor hasta que él vuelva".
Es el texto más antiguo referente a la institución de la Eucaristía, escrito hacia el 57, y recoge una tradición venerable que llega hasta Jesús. La Eucaristía está ahí, en el centro de la historia: recordando, por una parte, la muerte del Señor y el gran amor que lo llevó hasta la entrega; anunciando, por otra parte, el retorno del Señor. Melquisedec significa rey de justicia y de paz, y en ti, Jesús, se hace realidad: eres todo bendición (Caritas).
Llucià Pou Sabat
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