Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Muy apreciados hermanos y hermanas:
Todos tenemos presente que el Jueves Santo celebramos la Institución de la Eucaristía, de la presencia de Jesucristo en el Sacramento del Pan y del Vino, convertidos en su Cuerpo y en su Sangre.
La celebración del Jueves Santo queda como un pórtico por el que la Iglesia entra a celebrar el Misterio de la Pasión y de la Muerte del Señor, hasta culminar con su Resurrección.
Por eso, la Iglesia ha establecido un día especial para celebrar a Jesucristo, en su presencia viva, en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. Esta Fiesta es la que conocemos como Corpus Christi.
El Cuerpo entregado y la Sangre derramada hacen mención al sacrificio redentor de Jesucristo. Él entregó su Cuerpo, Él derramó su Sangre por la Salvación de todos, de nuestra pobre Humanidad. Nos salvan, nos redimen, nos alcanzan la vida eterna, y este Misterio es lo que nosotros solemnizamos cada vez que hacemos el memorial que el Señor nos mandó celebrar; cada vez que nosotros partimos el pan y bebemos el cáliz, actualizamos la muerte de Cristo. Nos beneficiamos, somos destinatarios de la infinita Misericordia de Dios, manifestada en Jesucristo.
La Eucaristía es el Misterio del Amor y de la Misericordia de Dios. Pueden ofrecerlo los Santos como los pecadores, y el efecto de la entrega de Jesucristo a la muerte por nosotros tiene para todos el mismo fin: nuestra Salvación.
La Eucaristía es el Misterio de la Misericordia del Señor para con cada uno y para con todos. Incluso, el efecto redentor del Sacrifico de Cristo es para toda la Humanidad, aun para aquellos que no lo conocen, no lo aceptan o lo han olvidado.
La Iglesia nos invita a que tengamos conciencia, a que no perdamos la esencia del Misterio de la Eucaristía, al mismo tiempo un Banquete en el que se nos participa la misma vida de Dios; Banquete que está al alcance de todos, y es el único alimento que puede saciar nuestra hambre y nuestra sed de felicidad y de paz. Tiene que ver con nuestra salvación y con nuestra vida, pero también con nuestro compromiso.
Cristo, vivo y presente en la Eucaristía, como nuestra Cabeza, quiere que nosotros, su Cuerpo vivo, nos entreguemos por el bien y por la salvación de los demás. Quiere que nosotros nos entreguemos para aliviar, para ayudar a resolver las necesidades de tantos hermanos que sufren en su cuerpo, en su espíritu, en su ser.
Jesús espera que, como Él se entrega por nuestra Salvación, siendo nuestra Cabeza, nosotros, su cuerpo, nos entreguemos al bien, al servicio, al consuelo, a la caridad para con todos, especialmente, para con quienes más necesitan y sufren.
Los que nos sentamos a la Mesa para comer el Pan de Vida, el Banquete de la Vida, estamos destinados a ser testigos de esta existencia nueva en medio del mundo, en el seno de nuestra familia, en el ambiente de nuestro trabajo, en relación con nuestro amigos, vecinos, conocidos; en relación con todos aquellos con quienes entramos en vínculo. Estamos llamados a ser testigos de la vida nueva en Cristo, vida que se nutre en la Eucaristía.
Yo los bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
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