La Escatología, como materia de Teología, trata los acontecimientos que han de suceder.
La Escatología individual: Cielo, Infierno y Purgatorio; y la Escatología universal: Fin de los Tiempos, Retorno de Cristo y Juicio Final. Ambas, despiertan curiosidad en muchos, mientras que otros se desentienden. Lo justo no es desentenderse, sino conocer lo que viene.
Además de otras Profecías Escriturísticas, el discurso escatológico pronunciado por Jesús (Mt 24, Mc 13 y Lc 21), previene acerca de una Gran Tribulación que la Humanidad padecerá, previamente, a su Retorno glorioso, pues así como en su primer Adviento, Cristo vino al mundo en el Niño de la Navidad, ahora lo hará revestido de Poder, Gloria y rodeado de su Ángeles, en la Parusía.
Tiempo de testimonio
Algunos sienten temor hacia estos acontecimientos, un temor natural, por la tribulación que acarreará el sufrimiento, pero es preciso entender que esa tribulación no la trae Cristo, sino que será la trágica consecuencia de las injustas acciones de una Humanidad socialmente degradada y decadente en lo moral.
Por el contrario, Cristo regresará a poner fin a la tribulación, pues si no regresara, de esta Humanidad no quedaría ya nada, como lo explica el Catecismo de la Iglesia Católica: “El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio, pero es también un tiempo marcado todavía por la tristeza y la prueba del Mal, que afecta también a la Iglesia, e inaugura los combates de los últimos días. Es un tiempo de espera y de vigilia” (No. 672).
¿Cuándo se cumplirán estas Profecías?
Esta pregunta lleva ya dos mil años sin respuesta, pues se trata, como también refiere el Catecismo, de un advenimiento escatológico, que “puede cumplirse en cualquier momento, aunque tal acontecimiento, y la prueba final que le ha de preceder, estén retenidos en las manos de Dios” (No. 673). Es por esto que se ignora la fecha, por ser un tiempo “retenido en las manos de Dios”, tiempo que Él soltará cuando los sucesos en el mundo sean ya insostenibles por esta Humanidad desdeñosa de todo lo divino y lo sagrado.
En diversos momentos de la Historia se han vislumbrado como posibles síntomas del cumplimiento escatológico, a acontecimientos trágicos como las Revoluciones Francesa y Rusa, o las dos Guerras Mundiales. En el momento actual, estos síntomas se repiten ante la inminencia de una Tercera Guerra Mundial, en la que -indefectiblemente- estará involucrado Israel. Un anuncio preciso de los tiempos por venir para la Iglesia del Fin de los Tiempos: “Antes del Advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la Fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la Tierra, develará el Misterio de iniquidad bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo; es decir, la de un pseudo-mesianismo, en que el hombre se glorifica a sí mismo, colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne” (Catecismo de la Iglesia Católica, 675).
En efecto, la Iglesia del Fin de los Tiempos también habrá de padecer esta gran tribulación material, moral y espiritual, como el Catecismo lo refiere en su numeral 677: “La Iglesia sólo entrará en la Gloria del Reino a través de esta última Pascua, en la que seguirá a su Señor en su Muerte y su Resurrección. El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del Mal, que hará descender desde el Cielo a su Esposa (Cf. Ap 21,2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del Mal tomará la forma de Juicio final después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa” (Cf. 2P 3, 12-13).
¿Cómo seguir siendo Iglesia durante el Fin de los Tiempos? Aquí está la respuesta: “Mantengan una buena conciencia, para que aquello mismo que les echen en cara, sirva de confusión a quienes critiquen su buena conducta en Cristo. Pues más vale padecer por obrar el Bien, si ésa es la voluntad de Dios, que por obrar el Mal” (2P 3,16-17).
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