La tentación más grande

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Cuando hablamos de la oración de Cristo, nos referimos también a la de nosotros, sus discípulos. Jesús nos muestra, con su oración, que Él está fundado en Dios. No podemos entender al Señor si no es en esta íntima relación con Dios; de otro modo, sería una figura ilusoria, pero sin fundamento para nosotros.
El día que los discípulos de Jesús le piden que los enseñe a orar, el Señor les responde con la breve, pero profunda, fórmula del Padre Nuestro.
En nuestra oración no debe faltar la convicción de ella que nos pone en relación directa con Dios, que es nuestro Padre. Con esta seguridad podemos decir todo lo demás.
La tentación más grande que nos pone el Maligno, cuando oramos, es que dudemos de Dios como nuestro Padre, que nos ama y que podemos contar con Él. Es la tentación más grave, sin ignorar todas las demás tentaciones que nos presenta. Si el Demonio nos logra hacer dudar de que Dios es nuestro Padre, estamos perdidos, porque entonces, ¿de quién más nos podemos valer? Así, Satanás puede hacer lo que sea con nosotros, incluso, ponernos en contra del mismo Dios, como cuando sufrimos una adversidad.
El Demonio, ante una dificultad de la persona, va insinuando en los sentimientos de esa persona que Dios no es bueno, que no es padre, y hasta nos confronta con el Señor.
Por eso, la oración que nos deja Jesús tiene la intención de que descubramos la experiencia de Dios como Padre, mío y nuestro, y que no dudemos de esta realidad.
Otra tentación, ligada a la anterior, es que dejemos de reconocernos y amarnos como hermanos. Si nos anclamos en que Dios es nuestro Padre, tenemos que reconocer a todos como hijos de un mismo Padre y hermanos entre nosotros. Si no creo que Dios es Padre nuestro, dejo de pensar en los demás, y ya no me importan.
Otro aspecto es la eficacia de la oración. Debemos estar seguros de que, de una o de otra forma, nuestra oración siempre será oída por Dios. Él sabrá cuándo nos responde y cómo nos responde. Cuando está anclada en la fe de que Dios es nuestro Padre, la oración siempre será atendida, aunque no sea siempre en los términos en los que la solicitemos.
Aún en los momentos más difíciles de la vida de Jesús por este mundo, Él nunca perdió la seguridad de que Dios era su Padre, como en el momento antes de morir, en Getsemaní, o en la Cruz.
Nuestra oración debe estar siempre ligada a la oración de Jesús, nuestro Maestro.
¿Cuál es la experiencia de mi vida de oración? Algunos dicen que rezan mucho, y todos los días. Cuando oramos, debemos preguntarnos si en lo que rezamos, logramos experimentar que Dios es Padre, que nos ama, que contamos para Él, que estamos siempre en su presencia providente y amorosa. Si no es así, hay que cuestionarnos si no es sólo palabrería nuestra oración. Puede ser que hable y hable, pero nunca escucho a Dios. Nos debemos preguntar: ¿Cómo rezo?; ¿con qué ánimo hago mi oración?

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