Anunciar el mensaje de alegría y esperanza

La Palabra del Domingo

Juan López Vergara

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Nuestra madre Iglesia dispone en la mesa de la Eucaristía el pasaje de la gloriosa Ascensión, donde se relata la última aparición de Jesús resucitado, quien desvela el profundo misterio de su persona, al dar a sus discípulos las últimas instrucciones, que condensan la misión de la Iglesia apostólica y, sobre todo, la promesa de su presencia constante en medio de ellos (Mt 28, 16-20).

Hagan discípulos a todas las gentes
Todo inicia con la obediencia de los discípulos, quienes creyeron en la promesa realizada por Jesús justo antes de predecir las negaciones de Pedro: “Después de mi resurrección iré delante de ustedes a Galilea” (Mt 26, 32). Los discípulos creyeron, además, porque el testimonio de las mujeres evocaba la referida promesa (compárense v. 8 y v. 10); entonces, fieles a la llamada, “se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado” (v. 16).
El sitio tiene valor simbólico, refleja el carácter divino de lo que se va a desarrollar. Si en el Sermón del monte Jesús dio inicio a la instrucción de cuantos estaban dispuestos a escucharlo (compárese Mt 5, 1), ahora, en el monte de Pascua destaca que su enseñanza debe ser impartida a todos los hombres (véase v. 19).
La fe se fortalece al compartirla
Sus discípulos, “al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban” (v. 17). Esta actitud vacilante descubre que la misión conferida por Jesús es un don inmerecido. Cristo glorioso manifiesta su misterio: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (vv. 18-20).
Los poderes recibidos por Jesús muestran que en Jesús y por Jesús queda establecida una relación única con respecto a Dios. Es sorprendente que no obstante la duda de algunos, el Señor responda con la confianza del envío, instituyendo a sus discípulos en testigos de la verdad. La fe se fortalece cuando se comparte.

Yo estaré con ustedes todos los días
El primer título que Mateo confiere en su obra a Jesús es el de ‘Emmanuel’, no sin aclarar que significa: “Dios con nosotros” (Mt 1, 23); y las últimas palabras que encontramos en el evangelio, ahora, del Cristo glorioso, expresan su entrañable promesa: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (28, 20). El evangelista configura así una clara inclusión, que nos exhorta a ser Testigos de la Verdad, confiados en el éxito de la misión apostólica, con fundamento en la promesa del Señor de estar siempre con nosotros.
El Papa Francisco nos invita a volver al espíritu auténtico del Evangelio, a asumirlo con toda la radicalidad de la fe, “e ir y anunciar a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo este mensaje de alegría y esperanza” (Véase: La última palabra no es sepulcro ni muerte sino vida, Semanario, 1055, 23/IV/2017, pág. 14).

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