Jesús y el Vaticano


Si Jesús de Nazaret, el bueno, humilde y sencillo Jesús se apareciera a alguna persona, le preguntaría severo:

—¿Quién eres tú para juzgar a mi vicario?
—Es que…

—¿Cómo osas estar seguro de que Yo no lo escogí precisamente a él para dirigir a mi Iglesia? ¿Estás totalmente seguro de que no envié a mi Espíritu Santo para inspirar a mis cardenales reunidos en oración?
—Es que va a destruir a la Iglesia, es que no es ortodoxo, es que… populismo, divorcio…

—¡Calla! Sí tu hubieras vivido en los tiempos del Evangelio, hubieras atacado a mi Pedro como ahora atacas a su sucesor.
—¡Pero la Iglesia! ¿Cómo no voy a reaccionar ante el escándalo…?

—Si vas a seguir defendiendo a mi Iglesia sembrando la duda, la división y la cizaña, Yo te digo: Más vale que te vayas de mi Iglesia. Más vale que vayas a servir a quien quiera ser servido así.
—¿Cómo voy a callarme si está negando el magisterio de Juan Pablo II?

—El mejor amigo de ese santo sigue vivo: ahora se llama Benedicto XVI. Sus palabras ya te acusan ahora.
—Yo sólo quiero servir a la Iglesia.

—Pues ten cuidado, no sea que cuando mueras recibas la retribución de los enemigos de Cristo.
—Son unos tibios, se han amoldado al mundo, son…

—La Palabra de Dios es verdadera. Te lo aseguro: juzga y serás juzgado.
—Siempre seré fiel a la doctrina de siempre. ¡No he sido yo el que ha cambiado!

—Eso decían los fariseos que me condenaron.
—¡Es él el que lo está cambiando todo!

—Yo ya te he advertido. Sigue el camino que quieras. Gran sorpresa para ti será el juicio.

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