De los recuerdos de Don Agustín (Tercera parte)
Nonagenario casi llegando al centenario, y cabalmente lúcido, mi tío Agustín Villanueva Orozco,
que moriría a sus 107 años, me concedió sabrosa charla en Los Ángeles, California, desmadejando reminiscencias
de sus afanosas andancias de por allá en el siglo pasado.
José de Jesús Parada Tovar
Hoy en día, de manera habitual y genérica se les llama migrantes a los que antes simplemente se les decía braceros, porque empleaban sus brazos en extenuantes jornadas, sobre todo en labores del campo. Eso hacía también por acá en México don Agustín, originario de Ixtlán del Río, Nayarit, avecindado por más tiempo en la cercana Delegación de Mexpan, y varias veces contratado para arduos quehaceres agrícolas en la Unión Americana, pues estaba muy avezado en cultivar la tierra.
En su lenguaje llano, y con evidente desenfado, le dio curso así a mis preguntas: “Me vine a trabajar a Estados Unidos el 17 de octubre de 1953. Fue el día que sepultaron al señor Cura Justo Barajas Miranda, Párroco de Santo Santiago, en Ixtlán. Eso fue por la tarde, y en la noche llegó el camión por nosotros, ya para venirnos acá. Todos éramos de Mexpan; no sé cuántos, pero todos los que agarra el camión.
“Llegamos a Mexicali, y de ahí a Caléxico, donde estaba la oficina que daba los pasaportes para trabajar legalmente ahí mismo por 45 días. Ya después, nos dijo el patrón: ‘Ya se acabó el contrato; pero tengo amigos que quieren trabajadores que estén legales; yo los voy a acomodar con un amigo en Vista, California’. Ahí estuvimos un año y medio, cuando nos devolvimos a Mexpan. “Luego de unos seis meses, hubo otra
contratación, ahora de Texas, y se llenó un camión de Mexpan, pero nos fuimos hasta Michigan para trabajar juntando pepino. Y ya nos dijo el patrón: ‘Se terminó el trabajo de aquí, pero tengo un amigo en el Estado de Kentucky para la pisca de algodón, y yo creo que les va a ir muy bien porque está muy bueno el algodón: chaparrito, pero de mota grande. El que guste, hágase pa’ acá, y el que se vuelva a México hágase pa’ allá, pero a todos los puedo acomodar. Ya en Kentucky nos recibió el mayordomo del patrón y se puso a nuestras órdenes diciendo que había trabajo para dos meses en el algodón y nos dio unas bolsas para la pisca”.
Sacrificio y visión de ahorro
“Nosotros anduvimos en Caléxico desahijando lechuga. Vivíamos en un campo de la propia Compañía, que tenía sus departamentos para la gente, con sus camas y todo. Nos pagaba a 75 centavos de dólar por hora, y el sueldo estaba así en todas partes. Cuando llegamos a Vista, nos pagaban a un dólar la hora piscando ahuacate. Y así fue después.
“Yo me crié en el campo, soy del campo, y por eso venía con gusto. Lo que quería era trabajar. Y como yo miraba a los que ya habían venido, que juntaban sus centavos y llegaban comprando sus casas o no faltaba qué. Y eso es lo que yo quería: entrar a Estados Unidos y que me dieran tiempo para ganar dinero. Lo primerito que hice luego de que me fue bien con el dólar, fue mandarle decir a mi esposa (Pilar Tovar, prima hermana de mi madre): ‘Mira, ahí te van 400 dólares para que vayas y te pongan las placas’. Después de eso, le estuve mandando más y le iba diciendo: ‘Ahí te va tanto y tanto. Junta para comprar una casa. Entonces, yo te voy mandando, y tú cuidando el dinero. Coman, coman bien, y cuiden”. (Tuvo tres hijos, dos mujeres y un varón).
Cuando regresé a Mexpan, don Máximo estaba por vender allí donde vivíamos, y me dijo: ‘Mira, Agustín, te vendo la casa. Si tienes, préstame un dinero porque yo también debo y necesito para pagar’. Yo le dije: ‘Mire, don Máximo, tengo dos mil dólares para orita, pero con eso no la pago. Quiero regresar otra vez de vuelta a Estados Unidos. Fue cuando me fui a Michigan.
“Ahí ganábamos, por contrato, 75 centavos la hora, piscando pepino de tres clases: el de primera, nos lo pagaba a 15 centavos la libra; a ocho centavos el de segunda, y el de tercera a tres centavos la libra. Entre poquito de uno y poquito de otro, llegaba a ganar hasta 20 dólares diarios. En Kentucky nos fue también igual de bien con el algodón, que nos pagaban a 16 centavos la libra. Había veces que juntaba 190 libras o hasta 220, según, y alcanzaba a ganar hasta 30 dólares diarios.
“Así estuvimos un mes, pero entonces nos cayó durante cuatro días una nevada que nos cuajó la casa; estaba aforrada de hielo, y nosotros, asustados. La carretera no se miraba; estaba un lago cuajado también así. Y en los sembradíos, los colgajes de hielo en el algodón. Y ya nos dijo el patrón: ‘Pues no, no se va a poder piscar; lo que van a hacer es irse pa’ México, porque quién sabe hasta cuándo se ponga el algodón, si es que se pone; pero si cae otra nevada’… Y es que en esos días él nos estaba manteniendo, dando la comida, la vida. ¿Qué comíamos?, pues lo mismo que en México: leche, pan, carne. Bendito sea Dios, yo nunca me enfermé allá, ni en ninguna parte”.
Por cierto, durante tres años en el mes de septiembre, ese mismo grupo de campesinos de Mexpan trabajó la pisca de uva en Ciudad Madera, con buenos resultados, gracias a su capacidad, honradez y laboriosidad.
Desde otra lente
Obligado resultaba preguntarle al experimentado anciano su parecer acerca del actual fenómeno migratorio (antes de Trump). Con aplomo y sin titubeos, opinó: “Lo difícil que se ha puesto ahora para la migración, yo creo que se debe a los desórdenes y a tanta gente. En aquel tiempo que cayimos de braceros no estaba así la cosa. Estaba pacífico en Estados Unidos; no había tanta gente desordenada, de allá y de acá.
“Ahora el Congreso tiene que adaptar una Ley que legalice a los trabajadores de fuera, aunque sea con muchos requisitos, pero con base en su antigüedad de residencia y de labores, así como en el testimonio que den de ellos sus patrones. Porque bien saben quiénes les sirven y quiénes no”.
Publicar un comentario