Estas reliquias –fragmentos de los cuerpos y los restos de las pertenencias de innumerables santos–, continuaron teniendo aventuras terrenales mucho después de la muerte de los santos. Muchas de ellas viajaron por todo el mundo para escapar de la guerra, la confiscación y la profanación hasta llegar a las manos seguras de un médico y sacerdote nacido en Bélgica, el P. Suitbert Mollinger, quien fundó la capilla.
La capilla ahora tiene la mayor colección de reliquias fuera de Roma.
“El P. Suitbert Mollinger, bueno, tenía un pasatiempo inusual en el que le gustaba adquirir reliquias de los santos”, explicó a CNA –agencia en inglés del Grupo ACI– Carole Brueckner, presidenta del comité de la Capilla de San Antonio.
Pero en medio de la agitación política y social que experimentó Europa a fines del siglo XIX, este curioso pasatiempo fue crucial para salvar reliquias de todo el continente.
Desde el siglo II, los católicos han honrado las reliquias de los santos, ya sean pedazos de partes del cuerpo o pertenencias preciadas. Si bien los teólogos y los documentos de la Iglesia aclaran que las reliquias no deben ser adoradas, ni tienen poderes mágicos, la enseñanza agrega que las reliquias deben tratarse con respeto, ya que pertenecen a personas que ahora están en el cielo.
Si bien las reliquias no tienen poder en sí mismas, Dios puede continuar obrando milagros en la presencia del cuerpo del santo incluso después de la muerte, enseña la Iglesia. Las reliquias están presentes en, o debajo, de muchos altares católicos.
Debido a su importante lugar en la devoción católica, así como a su presencia en la Misa, las reliquias se convirtieron en blanco de persecución anticatólica en Europa.
“Fue una época muy caótica, en cierto sentido, para los católicos, porque la gente estaba luchando por territorios y países”, dijo el Brueckner.
A mediados y finales del siglo XIX, las fronteras políticas, y también las identidades religiosas de las regiones de Europa cambiaron a medida que se formaban los estados-nación modernos de Alemania, Italia, Francia y Bélgica, a la vez que el poder de la nobleza y de la Iglesia disminuía. Luego surgieron los gobiernos laicos.
Muchos nobles y religiosos “tenían miedo de que sus gobiernos o las monarquías bajo las que vivían les confiscaran las reliquias”, explicó. En algunas regiones, continuó Brueckner, las autoridades incluso “profanaron las reliquias y en ocasiones metían a alguien en prisión por tener una reliquia en su poder”.
“Debido a lo que estaba sucediendo en Europa, este era un momento oportuno para que el Padre enriqueciera su propia colección personal de reliquias de los santos”, explicó.
Si bien está prohibido que los católicos vendan o compren reliquias, el P. Mollinger recibió prestado o le obsequiaron reliquias en su país de origen, Bélgica, así como de sus viajes a los Países Bajos, Italia y otros lugares.
“Muchas veces, sus amigos, que también son religiosos, le escribían y le preguntaban si podía llevarse algunas de sus reliquias y mantenerlas a salvo, hasta que sus países o monarquías se estabilizaran, y el padre siempre respondía ‘sí’”, explicó Brueckne.
“El padre también tenía agentes en toda Europa que buscaban las reliquias, porque en esencia, intentaría rescatarlas de ser destruidas por los gobiernos y monarquías que existían en Europa en ese momento”, añadió.
Inicialmente, el P. Mollinger mantuvo la creciente colección de reliquias en su rectoría. Tanto pacientes como fieles católicos visitaban al médico-sacerdote para recibir tratamiento tanto espiritual como físico, y “tenían la oportunidad de venerarles esas reliquias cuando estaban allí”.
Muchos peregrinos, dijo Brueckner, “se curaron de su anomalía o discapacidad” después de recibir ayuda física o espiritual en presencia de las reliquias. Como resultado, “el padre se estaba ganando la reputación de sacerdote-médico-sanador”, explicó.
Los registros de los periódicos locales de Pittsburgh de la época documentaron los tratamientos del P. Mollinger, así como los miles de personas que viajaron para venerar las reliquias.
El presbítero, sin embargo, “pensó debían pertenecer a una hermosa iglesia para que todos pudieran visitar y venerar las reliquias”, y así construyó con sus propios fondos una capilla para albergarlos.
La primera sección de la capilla se completó en la fiesta de San Antonio en 1883 y alberga las miles de reliquias recogidas por el P. Mollinger en ese momento. La segunda sección también se completó en la fiesta de San Antonio, nueve años después, en 1892, y contiene las Estaciones de la Cruz y las reliquias recolectadas después de la finalización de la capilla.
El P. Mollinger murió dos días después de que se completara la última sección de la capilla.
Entre las reliquias que la capilla reclama actualmente se encuentran astillas de la Vera Cruz y la Columna de Flagelación; piedra del Huerto de Getsemaní; un clavo que mantuvo a Cristo en la cruz; material de la ropa de Jesús, María y José; un “pedazo de hueso de todos los apóstoles”; y reliquias de Santa Teresa de Liseux, Santa Rosa de Lima, Santa Faustina, Santa Kateri Tekawitha.
“Si tuviera que nombrar a todos los santos, estaríamos aquí para siempre”, exclamó Brueckner.
También se han verificado casi todas estas reliquias.
“Cuando se coloca una reliquia dentro de ese relicario, se sella y nunca se puede volver a abrir”, dijo Brueckner, explicando que las estrictas reglas de la Iglesia protegen contra la manipulación y la falsificación de reliquias.
“Para que una reliquia sea venerada, es necesario tener un documento, y el documento proviene de la jerarquía de la Iglesia. Ese documento le dirá quién es el santo, qué es la reliquia, y dice que la Iglesia Católica ha hecho su investigación y podemos decir qué es la reliquia”, dijo.
“Tenemos los certificados de autenticidad de casi todas nuestras reliquias aquí dentro de la capilla”, aseguró.
Si bien la creencia en la autenticidad de las reliquias se basa en la confianza de que “la Iglesia Católica ha hecho su investigación, y voy a creer lo que dice la Iglesia Católica”, dijo Brueckner, los visitantes aún experimentan la misma presencia documentada por los primeros peregrinos.
“Muchas veces, cuando la gente entra a la capilla, dice que realmente siente una presencia. Digo que es como entrar en un pedacito de cielo, porque estás rodeado de tanta gente que nuestra Iglesia nos dice que están en el cielo”, comentó.
Traducido y adaptado por Diego López Marina. Publicado originalmente en CNA.
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