A los 40 años del Golpe Militar

Los reportajes periodísticos, que han abundado en estos días en los medios de comunicación, nos han presentado los hechos que precedieron y acompañaron el 11 de septiembre. Con más o menos objetividad, los trabajos periodísticos nos han vuelto a hacer sentir el dolor, la tensión y, ciertamente también, el odio que ha minado nuestras almas y dividido a la patria antes, durante y después del golpe. Al parecer, los apetitos políticos de una campaña presidencial, no han logrado encontrar el equilibrio que conduce a la verdad, la justicia y el perdón; dejando en el tintero el arduo trabajo en beneficio de la pacífica restauración democrática realizado hasta la fecha con tanta generosidad de muchos.

La mayoría de los chilenos lamentamos sinceramente que se haya abandonado el diálogo razonable como último recurso, lo que trajo posteriormente la sucesiva violencia que signó una época dejando una sangrienta huella en muchas familias, a las que les cuesta perdonar y abrirse al presente con la esperanza de que nunca más en Chile vuelva a suceder algo tan desgarrador. Nadie puede desear revivir tiempos de tanta polarización, que comenzó en los años 60 y que nos condujo al borde de la guerra civil. Tampoco podemos justificar los atropellos a la dignidad de las personas cometidos después del 11 de septiembre.


En tiempos de oscuridad, Dios se manifiesta aún más fuertemente con su luz y su amor. Por ello, no podemos olvidar, el rol en la defensa de los derechos humanos y el amparo a compatriotas perseguidos que debieron asumir las Iglesias cristianas. Para quien cree en Dios la misericordia y el perdón son parte de su expresión de fe, traducido en la vida.


Desde el restablecimiento de la democracia se han dado pasos importantes hacia la sanación total de las profundas heridas. No son muchas las naciones que, habiendo sufrido trastornos tan profundos en su historia, hayan avanzado en la reconciliación como Chile lo hace.


Esta conmemoración nos debería recordar la necesidad de seguir haciendo nuevos y genuinos esfuerzos de magnanimidad y generosidad, también de arrepentimiento y de perdón para que la misericordia de Cristo habite en nuestro corazón y nos traiga la paz definitiva, que se construye sobre la justicia y la verdad. Así seremos testigos del milagro posible: la reconciliación definitiva y la sanación de las heridas del alma de Chile.


Monseñor Carlos Pellegrin

Obispo de Chillán

11 de septiembre de 2013


Fuente: Comunicaciones Chillán



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