Mons. Castagna: “Estamos destinados a resucitar con Él”
El prelado dedicó su sugerencia para la homilía dominical a reflexionar sobre esta solemnidad de la Ascensión del Señor y destacó que “la presencia de Cristo junto al Padre prueba que nuestro destino definitivo es el estado de partícipes de la resurrección del mismo Señor”.
“Difícil de entender en un mundo que necesita aún identificarse como creado y redimido por Dios. La confusión de ideas se confabula con la tangible desorientación moral en el comportamiento público y personal”, afirmó, y agregó: “Se dice ‘dime cómo piensas y te diré quién eres’, pero creo que es más exacto decir: ‘dime cómo te comportas y lograré dibujar tu identikit’”.
“Tanta corrupción, tanta mentira, tanto desprecio por la vida y tanta irresponsabilidad en el desempeño de la propia misión, descalifican a quienes ejercen los principales protagonismos en la sociedad. Cristo es rechazado porque reclama coherencia y se enfada con los escribas y fariseos de todos los tiempos”, lamentó.
Monseñor Castagna consideró, sin embargo, que el enfado de Cristo “hace bien”, porque “nos cura de nuestras mediocridades y nos sitúa en la verdad. A partir de lo que hace Él en cada uno de nosotros, podremos reconstruir lo que se impone reedificar desde sus cimientos”.
“Al descuidar su presencia rectora, corremos el riesgo de edificar sobre arena suntuosos edificios, condenados de antemano a la demolición. Así ocurre, en la nefasta reedición de los viejos errores. Mientras Cristo no entre en el ámbito de nuestras decisiones, emprenderemos proyectos invertebrados e intentaremos caminar sin rumbo cierto”, concluyó.
Texto de la sugerencia
1.- La Ascensión del Señor. "...en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados". (Lucas 24, 47) La Ascensión no es una despedida, al contrario. En lo sucesivo estará "a la derecha del Padre" y en medio nuestro. Para localizarlo, tan cercano y activo, debemos acudir a la fe. La fe es un don de Dios, que aunque pura gracia, está destinado a todos, sin condicionamientos inaccesibles ni exclusiones. Es preciso que sea ofrecido a todos, en todo momento, para que se produzca el encuentro con Cristo, Palabra eterna. Es el momento de transferir su misión a sus discípulos y, por extensión, a quienes se adhieran a ellos. De esa manera su Nombre "será predicado a todas las naciones" y se producirá "la conversión para el perdón de los pecados". Se juega la vida en esa gestión salvadora. El llamado a vivir a su manera - su forma apostólica de vida - exige un cambio profundo, que lo comprenda todo. Es difícil pero posible, contando con el poder de su gracia. Nos asisten los modelos más prestigiosos, comenzando por los Apóstoles y continuando por todos los santos y mártires de la Iglesia. Son quienes decidieron - y deciden - responder dócilmente a ese llamado. Me viene a la memoria el gran convertido - Pablo de Tarso - y su magnífica enseñanza.2.- Destinados a resucitar con Él. La presencia de Cristo junto al Padre prueba que nuestro destino definitivo es el estado de partícipes de la resurrección del mismo Señor. Difícil de entender en un mundo que necesita aún identificarse como creado y redimido por Dios. La confusión de ideas se confabula con la tangible desorientación moral en el comportamiento público y personal. Se decía "dime cómo piensas y te diré quién eres" ; creo que es más exacto decir: "dime cómo te comportas y lograré dibujar tu identikit". Tanta corrupción, tanta mentira, tanto desprecio por la vida y tanta irresponsabilidad en el desempeño de la propia misión, descalifican a quienes ejercen los principales protagonismos en la sociedad. Cristo es rechazado porque reclama coherencia y se enfada con los escribas y fariseos de todos los tiempos. ¡Qué bien nos hace su enfado! Nos cura de nuestras mediocridades y nos sitúa en la verdad. A partir de lo que hace Él en cada uno de nosotros, podremos reconstruir lo que se impone reedificar desde sus cimientos. Al descuidar su presencia rectora, corremos el riesgo de edificar sobre arena suntuosos edificios, condenados de antemano a la demolición. Así ocurre, en la nefasta reedición de los viejos errores. Mientras Cristo no entre en el ámbito de nuestras decisiones, emprenderemos proyectos invertebrados e intentaremos caminar sin rumbo cierto.
3.- La pobreza de la predicación. La "reiteración" es el sistema propio de la predicación apostólica, al presentar el Misterio de Cristo. Si, durante el ejercicio del ministerio, se pretende la exposición de novedades ideológicas, se corre el riesgo de desdibujar la verdad y reemplazar la Palabra por aparentes y personales logros intelectuales. Los Apóstoles, tan bien enseñados por Jesús, evitaron ese peligro y se dedicaron a presentar sencillamente el Mensaje de la fe. De esa manera, sus oyentes establecieron una relación directa con el Salvador. La gracia fluye, sin obstáculos, del Corazón de Cristo a quien le presta su humilde consentimiento. El libro de los Hechos de los Apóstoles, relata muchas conversiones; ellas corroboran que el método simple y reiterativo de la predicación constituye el vehículo que la gracia divina emplea para ese fin. San Pablo lo expresa con admirable precisión: "En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación". (1 Corintios 1, 21) Aquella sobrenatural intuición del Apóstol mantiene su vigencia. La predicación, que hoy prolongan los actuales sucesores de los Apóstoles, conserva su eficacia para la conversión y la santidad.
4.- Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Las actuales generaciones necesitan cobrar conciencia del hecho de la Resurrección de Cristo. De esa manera podrán recuperar el rumbo perdido hacia la Verdad. Cristo resucitado es la Verdad: "Yo soy la Verdad". Su extraordinaria fidelidad a lo que es, le obliga a confesarlo ante quienes necesitan hallarlo como el único Camino que conduce a la Verdad y desemboca en la Vida eterna: "Yo soy el Camino". Para entenderlo es preciso predisponer y ejercitar nuestro espíritu en la humildad. La soberbia se interpone en nuestro paso a la verdad, nos vuelve torpes por más habilidades intelectuales que naturalmente poseamos. Nuestra sorpresa llega a desbordarse al comprobar que intelectuales de alto vuelo se traban, como analfabetos, ante verdades que sólo son reveladas "a los pequeños y humildes". Deberán hacerse pequeños y pobres para acceder a la Verdad que como grandes y prestigiosos les está vedado arribar. Hemos visto dispersarse a los constructores de la desmoronada torre de Babel.

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