Meditación 14º t.o. (C)

(Cfr. www.almudi.org)

 
Jesús nos pide ser sembradores de paz y llevar la alegría de hijos de Dios allá donde vamos
«Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar a donde él había de ir. Y les decía: «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies. Id: he aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En la casa en que entréis decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hubiera algún hijo de paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario, retornará a vosotros. Permaneced en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, pues el que trabaja es merecedor de su salario. No vayáis de casa en casa. Y en aquella ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella. Y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros. Pero en la ciudad donde entréis y no os reciban, saliendo a sus plazas decid: "Hasta el polvo de vuestra cuidad que se nos ha pegado a los pies sacudimos contra vosotros; pero sabed esto: el Reino de Dios está cerca". Os digo que Sodoma en aquel día será tratada con menos rigor que aquella ciudad. Los setenta y dos volvieron llenos de alegría, diciendo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre". Y Jesús les dijo: "Yo veía a Satanás cayendo del cielo como un rayo. Ved que os he dado poder de pisar serpientes y escorpiones, y sobre todas las fuerzas del enemigo, sin que nada os dañe. Pero no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el cielo». (Lucas 10, J7-24)

1. Jesús, dices cuando envías a tus apóstoles: “No llevéis ni bolsa, ni alforja, ni calzado, y no saludéis a nadie por el camino. En cualquier casa en que entréis, decid: «Paz a esta casa»; y si en ella hubiere un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no la hay volverá a vosotros”. ¿Qué quieres decir, Señor, con lo de la bolsa y el calzado? Está claro que no nos dices de no saludar materialmente a nadie por el camino, “que si lo tomamos como suena, parece que se nos manda ser soberbios”, dice s. Agustín: pues “el mismo Señor tuvo bolsa en el camino de su peregrinación, bolsa que confió a Judas”. Significa: “No seáis sabios para vosotros solos, recibe el Espíritu. En ti debe haber una fuente, nunca un depósito; de donde se pueda dar algo, no donde se acumule. Dígase lo mismo de la alforja. ¿Y qué son los zapatos? ¿De qué están hechos los que usamos? De cuero de animales muertos (…) ¿Qué se nos manda? Renunciar a las obras de muerte. Esto se nos advirtió de forma figurada en Moisés cuando le dijo el Señor: Descálzate, pues el sitio en que estás es tierra sagrada (Éx 3,5). ¿Hay tierra más santa que la Iglesia de Dios? Puesto que estamos en ella, descalcémonos, renunciemos a las obras de muerte (…) inflamémonos en el amor, amémonos unos a otros” (Sermón 101,5-7).
Jesús, tú eres el Cordero de Dios, y nos pides que vayamos indefensos como tú a la misión apostólica, y que no nos preocupemos por el éxito o el fracaso; pues Dios sabe cuál es mi éxito, y solo tengo que dejarme llevar, confiar: ese es mi consuelo.
Beda señala que los 72 siguen a los doce (por las doce tribus de Israel) que representaban a los Obispos, así estos setenta y dos fueron la figura de los presbíteros, que después de los primeros siglos de la iglesia se van diferenciando. Pero todos somos enviados como discípulos, como ovejas en medio de lobos, y podemos escuchar como los 72 a su vuelta, cómo Jesús pronuncia la acción de gracias: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito”. Juan Pablo II comenta que “Jesús se alegra por la paternidad divina, se alegra porque le ha sido posible revelar esta paternidad; se alegra, finalmente, por la especial irradiación de esta paternidad divina sobre los pequeños. Y el evangelista califica todo esto como gozo en el Espíritu Santo. Este gozo, en cierto modo, impulsa a Jesús a decir todavía: Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; y quien es el Padre sino el Hijo, y aquél a quien se lo quiere revelar” (Dominum et vivificantem I,5,20). 
Jesús, gracias porque sale a nuestro encuentro, nos acoges y te nos manifiestas, nos repites cuanto dijiste a los discípulos la tarde de Pascua: Como el Padre me envió, también yo os envío (Jn 20,21): “Por fin llega la hora de Jesús: Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por la Gloria del Padre" (Rm 6,4), en seguida da a sus discípulos el Espíritu Santo exhalando sobre ellos su aliento. A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21)” (Catecismo 730).

2. El profeta, y el poeta, levanta el corazón del pueblo apelando a la Jerusalén futura, a la que compara a una madre de "ubres abundantes" que da de mamar a sus hijos, los sacia y los consuela. Porque a esa ciudad bienhadada afluirán las riquezas de todas las naciones. Los hijos e hijas de Jerusalén, las criaturas hoy dispersas y alejadas en el exilio, serán traídos en brazos y devueltos cariñosamente a su madre por los mismos pueblos que ahora los retienen. Y en todo esto experimentarán el favor de Dios, que es en definitiva el que consuela de verdad a su pueblo. Volverá la alegría al corazón de los justos, y los que habían quedado en los huesos verán que su carne florece como un campo de primavera, después del invierno. La era de la salvación, el día en que se manifieste el Señor a los que le sirven, será el tiempo de la abundancia de todos los bienes: justicia, gozo, consuelo, paz... es la esperanza, la fuerza que impulsa la historia de nuestra salvación (Eucaristía 1989).
Como a un niño a quien su madre consuela”. “En esta «norma» se encuentra toda la riqueza de la Iglesia, que es la madre que nos alimenta y de cuyas ubres abundantes, como dice la primera lectura, debemos mamar hasta saciarnos. La Iglesia no tiene más consuelo para sus hijos que el que le ha sido dado por Dios: que en la cruz de Jesús el amor de Dios se ha convertido en algo definitivamente tangible para el mundo; que sólo a partir de ella puede hacerse derivar hacia la Iglesia, y a través de ella hacia el mundo, «la paz como un torrente en crecida»” (H. von Balthasar).
Aclamad al Señor, tierra entera, tocad en honor de su nombre”, cantamos a nuestro Dios: “Que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre”. Las obras del Señor son muy buenas.

3. “Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”: “el apóstol habla en nombre de la Iglesia de Cristo. La indefensión de Jesús y de sus discípulos se ha transformado ahora en su estar crucificados, en el que la aparente derrota se mostrará como la verdadera victoria. El mundo aparentemente victorioso está crucificado, es decir, está muerto y es inofensivo, mientras que el apóstol «está crucificado para el mundo», ha hecho inofensivo lo que es mundano en él. Y estas dos cosas en virtud de la cruz de Cristo, que es lo único de lo que Pablo se gloría. Que lleve «en su cuerpo las marcas de Jesús», es sólo el signo de su seguimiento estricto, un seguimiento en el que Pablo es ciertamente consciente de la distancia que le separa del Señor («¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros?»: 1 Co 1,13). Sólo a partir de la cruz de Cristo puede Pablo, en nombre de la Iglesia (del «Israel de Dios»), prometer «paz y misericordia» a todos los que «se ajustan a esta norma»: que la victoria sobre el mundo se encuentra únicamente en la cruz de Jesús y en sus efectos sobre la Iglesia y sobre el mundo” (H. von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté

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