Francisco se entregó de lleno al apostolado y a la oración. El 25 de julio de 1835 estallaron los “motines anticlericales” organizados contra las órdenes religiosas, por su negativa a apoyar las reformas liberales. En Cataluña fueron incendiados los conventos y las casas religiosas, entre ellos el convento de Francisco Palau, quien se vio obligado a huir junto con otros carmelitas. Francisco se encargó en esas circunstancias de ayudar a escapar y proteger a uno de los frailes más ancianos, que además era ciego. Vivió doce años exiliado en Francia (1840-1851) y, vuelto a España, fue confinado injustamente en Ibiza (1854-1860). Allí fundó, en 1860, dos congregaciones religiosas: las Hermanas y los Hermanos Terciarios carmelitas.
Por intermedio de la reina Isabel II logra llegar a la España continental, donde organiza su obra apostólica y se dedica tanto a fortalecer sus congregaciones como a asistir a los carmelitas descalzos y al clero diocesano. Francisco llevaba una intensa vida de oración y meditación -logró escribir algunos opúsculos espirituales-, que alternaba con el servicio a los pobres y enfermos. A los periodos de retiro y aislamiento -propios de la vida de un ermitaño- le seguían los de servicio y apostolado. Una de las misiones más difíciles que le tocó cumplir fue la de exorcista.
El Beato Francisco también organizó misiones populares catequéticas en las islas Baleares, así como en la península, extendiendo la devoción a la Santísima Virgen y organizando sus “Escuelas de Virtud”. Particularmente, una de sus preocupaciones fue la catequesis de adultos, para quienes escribió una “Catequesis de las virtudes”.
En 1870 viajó a Roma para participar del Concilio Vaticano I. Francisco tenía un plan entre manos: la formación de una orden de exorcistas. De hecho logró alcanzar un escrito con sus ideas a todos los padres conciliares que hablaban español. El proyecto no prosperó debido a la interrupción del Concilio.
Francisco murió en Tarragona, el 20 de marzo de 1872, a los 61 años de edad. Luego de su muerte, la congregación femenina que fundó se dividió en Carmelitas Misioneras Teresianas y Carmelitas Misioneras, quienes encarnan hasta hoy el espíritu y legado de las enseñanzas de su fundador. Lamentablemente, durante la guerra civil española (1936-1939), desapareció la rama masculina (Hermanos Carmelitas Terciarios).
El 24 de abril de 1988, Francisco Palau fue beatificado por San Juan Pablo II.
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