La predicación del Evangelio es un llamado al arrepentimiento y a la conversión

La predicación del Evangelio es un llamado al arrepentimiento y a la conversión




Corrientes (AICA): En su sugerencia para la homilía del próximo domingo, el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, aseguró que “el pecado es perdonado generosamente por Dios, cuando la persona que lo ha cometido aprovecha el tiempo - aunque sea muy breve - para arrepentirse. Jesús, el Mesías de Dios, vino para inducir a los hombres a la conversión, mediante un arrepentimiento sincero de los pecados cometidos”. “El Cielo está lleno de pecadores arrepentidos. El infierno, en cambio, está colmado de seres que no se arrepintieron a tiempo, habiéndoseles ofrecido generosa e insistentemente la oportunidad de lograrlo”, diferenció, y agregó: “La predicación del Evangelio es un llamado al arrepentimiento y a la conversión. Las mediaciones humanas que Dios ha elegido para efectuar ese urgente llamado ‘Moisés y los Profetas’ están a la vista del mundo contemporáneo… que los escuchen”.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, recordó que “en la predicación de Jesús, que traspuesto el umbral del tiempo hacia la eternidad, cada persona debe rendir cuentas de los actos característicos de su vida temporal. La justicia necesita ser absolutamente reparada, el bien recompensado y el mal sancionado. Dios es el juez insobornable. Fiel a la verdad y, por ser Él mismo la Verdad, situado en las antípodas de todo engaño o cómplice disimulo”.

El prelado sostuvo que “el pecado es perdonado generosamente por Dios, cuando la persona que lo ha cometido aprovecha el tiempo - aunque sea muy breve - para arrepentirse. Jesús, el Mesías de Dios, vino para inducir a los hombres a la conversión, mediante un arrepentimiento sincero de los pecados cometidos”.


“El Cielo está lleno de pecadores arrepentidos. El infierno, en cambio, está colmado de seres que no se arrepintieron a tiempo, habiéndoseles ofrecido generosa e insistentemente la oportunidad de lograrlo”, diferenció en su sugerencia para la homilía del próximo domingo.


Monseñor Castagna concluyó afirmando: “La predicación del Evangelio es un llamado al arrepentimiento y a la conversión. Las mediaciones humanas que Dios ha elegido para efectuar ese urgente llamado ‘Moisés y los Profetas’ están a la vista del mundo contemporáneo… que los escuchen”.


Texto de la sugerencia

La vida después de la vida. Jesús no deja de referirse a la vida “después de la vida” para afirmar que la muerte biológica no indica el fin sino lo definitivo de la vida recibida como don de Dios. La pérdida de visión de lo trascendente es consecuencia del pecado. Se ha producido una práctica negación del “después” porque su calificación depende de la responsabilidad de “del cómo” cada uno ha vivido la propia historia temporal. El pecado, calificado como irresponsabilidad, inspira el error de que todo termina con la muerte (biológica). Jesús resucitado es el testigo de la existencia de ese después de la vida temporal, bordeado por la muerte como su puerta de acceso. La parábola del hombre rico y del pobre Lázaro deja de manifiesto que la vida de la persona humana perdura para siempre. Su término, situado en la felicidad de uno y en el infortunio del otro, indica que Dios ha obsequiado la vida para que no acabe. El hombre, tanto en el Lázaro feliz como en el rico atormentado, se revela dotado de libertad para decidir cuál será el estado de su después definitivo.


El “después” es definitivo. La Vida eterna es el estado definitivo en el que se recompensan todas las virtudes y se sancionan todos los pecados. El garante de ese equilibrio es Dios, fuente de toda justicia, verdad y santidad. Todo queda al descubierto, hasta los pensamientos recónditos de los seres más desconocidos y remotos: buenos y malos, trascendentes y superfluos. Cuando el hombre rico de la parábola gozaba de un bienestar despreocupado e insensible al sufrimiento de Lázaro, no pensaba en el “después” de esa vida, a toda vista fugaz. La sorpresa vino después, sumergido en aquel mar de desolación y penas, cuando le es revelado el estado bienaventurado de Lázaro, el pobre mendigo a quien le negó los mendrugos que caían de su espléndida mesa. ¡Qué fuertes resuenan las palabras de Jesús!: “Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento” (Lucas 16, 25). El tierno y reflexivo Abraham, imagen del Dios Padre y justo, recuerda que en ese “estado de cosas” no hay posibilidad de retorno. El “después” es definitivo e inexorable, es un estado que no admite cambios, por la única razón de que ya no queda tiempo.


“Tienen a Moisés y a los Profetas”. Es lo que quiere hacer entender Abraham al hombre sin nombre, que perdió su identidad ante Dios por haber mal administrado su cuantiosa fortuna. ¡Qué saludable advertencia! Como lo hemos recordado en otras oportunidades, Jesús no pretende asustar a los desprejuiciados de su tiempo y del nuestro, simplemente les expone la verdad y el destino inexorable en el bien o en el mal merecidos. El diálogo que Jesús relata, entre Abraham y el pobre rico, ofrece el desenlace de una conducta no ajustada a la verdad y al bien. Aquel desafortunado quiere prevenir a su parentela, que va por el mismo camino, para que no acaben en el sitio en el que él se encuentra. Para ello, solicita que Lázaro vaya a advertirles: “Te ruego, entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos; que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento” (Lucas 16, 27). La respuesta del Patriarca señala el único camino de la fe para eludir tamaña y definitiva desgracia. Mucha gente, aún entre los que se consideran creyentes, entiende que el hecho milagroso - como la aparición de un muerto - posee sobrado vigor para hacer cambiar de conducta a los alejados del camino de Dios. “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”, le responde Abraham. La desesperación de aquel hombre lo empuja a insistir: “No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán” (Lucas 16, 29-30). La respuesta del Patriarca es concluyente: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán” (Lucas 16, 31).


“Que los escuchen”. Es claro, en la predicación de Jesús, que traspuesto el umbral del tiempo hacia la eternidad, cada persona debe rendir cuentas de los actos característicos de su vida temporal. La justicia necesita ser absolutamente reparada, el bien recompensado y el mal sancionado. Dios es el juez insobornable. Fiel a la verdad y, por ser Él mismo la Verdad, situado en las antípodas de todo engaño o cómplice disimulo. El pecado es perdonado generosamente por Dios, cuando la persona que lo ha cometido aprovecha el tiempo - aunque sea muy breve - para arrepentirse. Jesús, el Mesías de Dios, vino para inducir a los hombres a la conversión, mediante un arrepentimiento sincero de los pecados cometidos. El Cielo está lleno de pecadores arrepentidos. El infierno, en cambio, está colmado de seres que no se arrepintieron a tiempo, habiéndoseles ofrecido generosa e insistentemente la oportunidad de lograrlo. La predicación del Evangelio es un llamado al arrepentimiento y a la conversión. Las mediaciones humanas que Dios ha elegido para efectuar ese urgente llamado “Moisés y los Profetas” están a la vista del mundo contemporáneo…”que los escuchen”.+



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