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Muy frecuentemente los profetas y demás personajes bíblicos, tanto del primer testamento como del segundo, al hablar del bien y de la gracia de Dios, utilizan las imágenes de la luz y del día; y, por el contrario, cuando hablan del mal y del pecado, emplean las imágenes de la oscuridad y de la noche. Donde está Dios presente, se vive en la luz; en cambio, donde no está presente el Señor, se vive en las tinieblas. Hoy, por ejemplo, el profeta Isaías anuncia un tiempo futuro en el que el pueblo de Israel pasará de las tinieblas a una luz resplandeciente: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció”. Este texto aparece citado en el evangelio de san Mateo, dándonos a entender que la presencia de Jesús, el Señor, ilumina la vida de los hombres y las mujeres que escuchan y reciben su Evangelio. San Pablo, en la segunda lectura, aborda un tema importantísimo para todos los que creemos que Jesucristo es el Dios hecho hombre, el Salvador de toda la humanidad. Nos referimos al tema sobre la unidad de los cristianos. La desunión no es algo reciente, la Iglesia siempre, desde los inicios, se ha enfrentado a esta terrible situación. Creemos en Jesús, sin embargo no formamos una sola Iglesia. Esta realidad que nos desconcierta y que desedifica a mucha gente, no deja de cuestionar profundamente nuestra vida de discípulos de Jesús. La exhortación de Pablo es fundamental al respecto: “Los exhorto en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que todos vivan en concordia y no haya divisiones entre ustedes, a que estén perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar”. No dejemos de orar a Jesús el Buen Pastor para que, en un tiempo no muy lejano, formemos todos un sólo rebaño bajo un sólo pastor. Nuestro Señor, en el evangelio de este domingo, aparece dirigiéndonos las primeras palabras en su ministerio. Palabras que son un llamado a un cambio de mentalidad, un cambio de corazón: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. Así mismo, llama a los primeros cuatro discípulos quienes, siendo pescadores, escuchan la invitación: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. La respuesta no se hizo esperar: “Ellos inmediatamente… enseguida… dejaron las redes, dejaron la barca, dejaron a su padre, y lo siguieron”. El evangelio concluye describiendo, a grandes rasgos, la actividad de Jesús: “Jesús andaba por toda Galilea… proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia”. Hoy le pedimos al Señor Jesús en la Eucaristía que siga iluminando nuestra vida de discípulos misioneros y que diariamente, ante él, renovemos nuestro seguimiento fiel, esforzándonos por vivir en la unidad y libres de toda atadura material. Amén.
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