Pbro. Álberto Ávila Rodríguez
En la tumba de Jesús no creció el zacate, ni la herrumbre se apoderó de la ilusión. La Resurrección inicia una historia diferente. Él logró, en su condición de Siervo, obediente a su Padre Dios, que no ocultó el rostro a los golpes, transformar el sufrimiento en anhelo de vida. La comparación más simple: “Si el grano de trigo no muere, no produce fruto”, explica, a sabios y sencillos, el alcance de este fundamento religioso. Como cada día y cada noche, en su renacer y morir reconstruye los sueños, dando descanso a la fatiga.
La palabra muerte, en el vocabulario de todos los idiomas, es final, destrucción; una firma para cerrar la historia. En infinidad de producciones artísticas de toda índole, en la Música, la Literatura, la Pintura y las Artes Plásticas, la muerte viene a ser un Mal no deseado que termina por llegar un día. En todas las culturas hay una especie de temor; tradiciones rebasadas en sus lenguajes, que no terminan de esconder sus miedos y buscar alguna explicación. Por todo esto, es imprescindible voltear a mirar al Resucitado.
A algunos, la Resurrección les suena a quimera. Para otros, es un disfraz para acallar los rumores de debacle en la Teología cristiana y en el simbolismo de la cultura universal, pasa a ser una página distinta que consagra un mundo diferente. Mas, como todas las cosas, esta Esperanza tiene sus condiciones: “El que es fiel a mis palabras, no morirá para siempre”. La pregunta obligada, entonces, es: ¿qué “palabras”, referencias, actitudes, costumbres, prefiere el mundo para vivir la Fe en la actualidad?.
La Liturgia de Resurrección tiene una conciencia implacable y puntual. Dice, citando a Pablo de Tarso: “Si con Él morimos, también con Él resucitamos”. Por contraparte, el mundo se alía a las guerras, los vicios, la muerte provocada en todas sus etapas de vida, la pobreza, inseguridad, narcotráfico, contaminación; Gobiernos que rayan en la inconsciencia al aplicar el gasto público. Obviamente, también en la Iglesia existen sus bemoles y hasta desentonadas caprichosas, totalmente fuera de coro. Pocas veces volteamos la vista hacia la Esperanza, que es la raíz vital de la Resurrección de Cristo y, por lo tanto, de la nuestra.
A la muerte habrá que llegar ligeros de equipaje, para poder resucitar temprano. Desde esta vida habrá que levantar el vuelo, en la conciencia de hacer el Bien. La Esperanza en la Resurrección debe ser la mejor cara de la muerte; es el único rostro para vencer el sufrimiento y estar dispuestos, como aconseja la espiritualidad cristiana, a “tomar nuestra cruz de cada día”.
El Tiempo Pascual que celebra ampliamente la Resurrección de Jesús es, en medio de las tribulaciones de la vida, tener una ventana abierta para oxigenar a esta sociedad que cede para servir a los odios, egoísmos y mentiras. Pascua es también llorar de alegría cuando se comparte el pan de cada día con esa otra mitad de la Humanidad que sobrevive en la zona de los desheredados.
Dejar paso al Resucitado también plantea premisas impostergables: declarar una lucha solidaria para acabar con tanta muerte presente en el planeta, en los mares y los bosques; pero, sobre todo, en las personas.
Publicar un comentario