Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Apreciados hermanos y hermanas:
Cuando Dios nos creó como una expresión de su infinito Amor y su infinita Misericordia, nos hizo para que lo conociéramos, para que entráramos en relación con Él, para que participáramos de su misma vida.
Sin embargo, cuando nuestros padres pecaron, se introdujo el Mal, la desobediencia y la rebeldía en nuestra pobre humanidad, contra el Plan Misericordioso de Dios. A pesar de esto, Dios no nos abandonó e hizo una alianza con nosotros, comprometiéndose a ser nuestro Dios y esperando que fuéramos su pueblo.
Esta alianza se rompió, pero no por parte de Dios, sino de nuestra pobre humanidad y, no obstante, Él no nos abandonó. Su infinita Misericordia comprometió a su Hijo para que se hiciera hombre como nosotros.
Se hizo hombre el Hijo único de Dios, en Jesucristo, y ya lo sabemos, fue rechazado, desconocido, no fue aceptado; pero la Misericordia de Dios no desistió.
Estamos en este Tiempo de Pascua, en el Domingo de La Divina Misericordia. Antes de padecer por nuestros pecados, en la víspera de morir, Jesucristo, en su infinita Misericordia, encontró la forma de permanecer con nosotros, vivo por su Resurrección, y vivo como alimento para su pueblo.
Sí, lo llevamos a la Cruz, pero Él encontró la fórmula para brindarnos siempre su Amor y su Misericordia. Se quedó en el Misterio de su Cuerpo, Pan partido, y de su Sangre derramada, en el Vino consagrado.
Podemos descubrir que la Misericordia de Dios para con nosotros, no tiene límite, no tiene fin. Va más allá de nuestro pecado, infidelidad y maldad.
Pudiéramos decir que, ante cualquier pecado, incluso grave, el Señor no nos da la espalda. A pesar del pecado, enciende para nosotros su rayo de Luz, de Misericordia y de Esperanza, como si nos dijera: ‘Tú me rechazas, tú te obstinas en el Mal, pero Yo te ofrezco el perdón, la disponibilidad a seguirte dando y ofreciendo mi Amor’.
Estos son los Misterios que celebramos, el infinito Amor y Misericordia de Dios para con nosotros, quedándose para ser nuestro alimento, para ofrecernos permanentemente su perdón y su salvación.
Fijémonos que, en esta dinámica de la Misericordia de Dios, que da un paso adelante, nosotros damos un paso atrás. La Misericordia no se detiene, no se frena por nuestra malicia o por nuestro pecado. Esta dinámica quiere que nosotros la descubramos y la vivamos, especialmente en este Año Jubilar.
Hay que analizar por un momento que, ante muchas situaciones dolorosas, vivimos en la indiferencia; nos es indiferente que haya muchos pobres que no tienen para comer. Somos indiferentes ante tantos hombres que no encuentran trabajo y que están desesperados por llevarle pan a su familia.
Tantos enfermos que no tienen el medicamento, la posibilidad de ir al médico; que no tienen siquiera quién les haga compañía en los momentos críticos de su enfermedad. Somos egoístas: mientras yo tenga lo necesario, me es indiferente todo lo que sucede ante mis ojos.
¿Qué hay que hacer para expresar la misma Misericordia de Dios para con nosotros? Hay que dar varios pasos, de los que platicaremos en la próxima edición.
Yo los bendigo en el Nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.
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