Deceso de Juan Daniel Macías, el último combatiente cristero

Glorioso sobreviviente

el último cristero
A la edad de 103 años, falleció recientemente don Juan Daniel Macías, el último sobreviviente del Movimiento Armado de Defensa de la Libertad Religiosa; partícipe de muchas batallas ganadas por los Cristeros a los Federales en Los Altos de Jalisco.
Foto: T.H.O.

Pbro. Tomás de Híjar Ornelas
Cronista de la Arquidiócesis de Guadalajara

El jueves 18 de febrero del año en curso, en su casa familiar, ubicada en la cabecera municipal de San Julián, Jalisco, rodeado por su extenso linaje (el cual alcanzó hasta la quinta generación), falleció a la provecta edad de 103 años, don Juan Daniel Macías Villegas, último de los miles de mexicanos que empuñaron las armas durante las dos fases de la resistencia activa de los católicos (de 1927 a 1929 y de 1934 a 1938), en franca y desigual oposición a las Leyes anticlericales mexicanas.
Al día siguiente, una muchedumbre compuesta por centenares de personas acompañó el féretro con los despojos mortales del último cristero; recorriendo a pie los tres kilómetros de distancia entre el Templo Parroquial y el Cementerio de la población. En el cortejo destacó el pendón de la Guardia Nacional Cristera, presente en ese acto, en el que, junto con don Juan Daniel, se cerró también una época cuyas heridas aún duelen.

LA BATALLA DE SAN JULIÁN
Oriundo del rancho Palos Verdes, del municipio de San Julián, en la región de Los Altos de Jalisco, Macías Villegas nació el 21 de julio de 1912, recibiendo las aguas del Bautismo de manos del Presbítero Narciso Elizondo. Al filo de la pubertad, a punto de cumplir 15 años de edad, se dio de alta en las filas de los católicos de la resistencia activa a los ataques en contra de la libertad religiosa en México, encabezados por el Presidente Plutarco Elías Calles.
Tal reclutamiento tuvo lugar el 1º de enero de 1927, de modo que al chamaco convertido en miliciano le tocó participar en la célebre Batalla de San Julián, primera victoria clamorosa del Regimiento Cristero, bajo el mando del General Miguel Hernández, el 15 de marzo de ese mismo año, y en la que también tomaron parte los escuadrones jaliscienses de San Diego de Alejandría y de San Miguel el Alto, y el guanajuatense de Jalpa de Cánovas, al momento de enfrentar al 78° Regimiento de Caballería del Estado Mayor Presidencial, comandado por el General Espiridión Rodríguez Escobar, al que los cristeros, con muy pocas armas, causaron casi 500 bajas.
La venganza del Gobierno callista a tal afrenta no tardó en llegar: dos semanas después, el Secretario de Guerra, General Joaquín Amaro, dispuso la tortura y fusilamiento, en San Julián, del anciano Párroco de Mechoacanejo, Jalisco, de la Diócesis de Aguascalientes, don Julio Álvarez Mendoza, víctima inocente, cuyo delito fue ser Ministro del Altar y no negarlo, y a quien martirizaron sus verdugos, soldados del Ejército Federal, de forma alevosa y cruel, acentuando su felonía dejando insepulto el cadáver del Mártir, que arrojaron en un basurero cercano al Templo Parroquial, donde fueron por él manos piadosas que le dieron cristiana sepultura.
En ese marco, el joven Juan Daniel tomó parte de muchas batallas y acciones de combate en la región de Los Altos y del Bajío guanajuatense, acreditándose, pese a su corta edad, como un soldado raso, intrépido, valiente y decidido, al grado de que no tardó en ascender, llegando a formar parte de la Escolta del legendario cristero Victoriano Ramírez, denominada ‘Los dragones del Catorce”.

DESPUÉS DE LOS ‘ARREGLOS’
Acogiéndose al indulto de 1929, Macías Villegas regresó con los suyos sólo para ser testigo impotente del incumplimiento total a la palabra que empeñó el Presidente Interino de México, Emilio Portes Gil, pelele de Plutarco Elías Calles: garantizar la vida e intereses de los oficiales y soldados de la Guardia Nacional Cristera; de los civiles que colaboraron con el Movimiento de la Defensa de la Libertad Religiosa; de la libertad ofrecida a los presos por la cuestión religiosa, a sobreseer los juicios incoados contra los católicos por serlo; a repatriar a los desterrados; a dar 25 pesos por rifle a los soldados de la Guardia Nacional que entregaran las armas; a conceder a los jefes y oficiales permiso de portar pistola con la debida licencia; a facilitar su reinserción en el tejido social, y a licenciar las tropas de la Guardia Nacional ante los Jefes de Operaciones Militares.
Ya en el día a día después de los ‘arreglos’, las guardias blancas (agraristas y rurales) se dieron a la tarea de asesinar a mansalva a muchos cristeros, agitando las aguas la educación socialista, que empujó al General cristero Lauro Rocha y a los intrépidos que lo siguieron, entre ellos don Juan Daniel, a protagonizar la Segunda Cristiada, entre 1935 y 1937.
Con la muerte del último cristero, se cierra una época de heroísmo y de barbarie.

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