El sosiego interno
“Muchos piensan distinto, sienten distinto, buscan a Dios o encuentran a Dios de diversa manera. En esta multitud, en este abanico de religiones, hay sólo una certeza que tenemos para todos: TODOS somos hijos de Dios…”
(Papa Francisco)
Adriana Ruvalcaba
Estas palabras del Santo Padre concluyen con una petición, “…el diálogo sincero entre todos, para obtener Paz y Justicia”.
Si estas sabias advertencias resonaran en el corazón de todos los seres humanos para hacerlas vida, dejaríamos de vernos como extraños, las diferencias pasarían al olvido, y el amor tomaría tal fuerza, que nuestros ojos se abrirían al prójimo para vernos como lo que somos: verdaderos hermanos.
Hablamos de Paz, nos unimos millones de personas en oración por ella, y seguimos promoviendo y soportando la guerra, ¿dónde está la falla?. Si la mayoría lo deseamos y desde niños nos han enseñado a pedir constantemente, ¿por qué es tan difícil conseguirla?.
Quisiera encontrar respuestas a todos estos cuestionamientos, pero en mí sólo existe una convicción: la Paz; más allá de ser una utopía, es una realidad a la que estamos invitados, sin excepción. Quizá hemos equivocado el camino para llegar a ella, pero jamás se ha ido la esperanza de encontrarla.
Una vía certera
Entre todas las opciones que la vida ofrece, sé que solamente existe una que me conduce hacia ella, y se llama Amor. No puede pretenderse vivir en Paz cuando se anida en el alma gran odio y rencor, ni puede llevarse una vida en búsqueda de la verdad cuando se permite que la mentira y el pecado inunden el ser. Nos hemos olvidado de que es nuestra propia alma la que vive atormentada, y es ahí donde comienza la “guerra”.
Sin embargo, existen respuestas a estas preguntas eternas: la Paz inicia en el interior de las personas; pero esa tarea entraña un enorme compromiso. De hecho, quizá es más sencillo seguir elevando mis plegarias a Dios, antes que echarme un clavado en mi conciencia para no ver la triste y sofocante realidad de saber que vivo “en guerra”.
Hace algunos años, convencida de salir de mi propia guerra y limpiar mi alma para anidar en ella la Paz, descubrí una significativa palabra y una generosa actitud, llamada “Perdón”, y caí en cuenta de que es el comienzo perfecto; de que este breve vocablo encierra el don maravilloso de transformar la vida y de hacer de la persona un ser humano auténticamente libre.
Pero ahora el compromiso es mayor, pues no únicamente pretendo seguir encontrándome con la Paz; ahora deseo que muchas almas más logren palparla, y por eso decidí ser “luciérnaga”. Deseo, de todo corazón, no dejar de brillar jamás, y aun cuando mi entorno sea oscuro, sabré que la luz brillará más fuerte. Si muchas almas se unen con su luz, no sólo brillaremos más, sino que podremos alumbrar el camino de los demás.
Hoy es un buen día para emprender el vuelo, dejar de pensar tanto y comenzar a elevar las alas hacia el camino del Perdón, que conduce al anhelado sendero de la Paz.
Facebook: La noche de las luciérnagas.
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