He visto como Maduro ha ido a visitar al Papa y se han quedado un rato hablando a solas. Maduro, ese bigotudo mandarín que reina sobre un país mucho menos vasto que su ego y cuyo petróleo surge de la tierra menos negro que su conciencia. ¿Qué le hubiera dicho yo a este Jabba el Hutt en la soledad de un despacho papal?
La primera idea que surge de forma natural es hablarle como padre, aconsejarle que busque un país que le ofrezca asilo, que pacte una salida lo menos deshonrosa posible, que busque una villa siciliana en la que envejecer como en el final de El Padrino III. Aconsejarle, suplicarle, hacerle ver que ya sólo es una cuestión de tiempo.
¿Pero encender todos los interruptores de la luz serviría para algo ante un ciego que no ve absolutamente nada? Podemos deducir razonablemente que no. Decir esas cosas sólo serviría para que se marchase enfadado y que se vengase volcando su ira contra personas concretas de la iglesia venezolana.
La otra posibilidad, quizá la más prudente, la más realista, es ser amable con él, poner cojines aterciopelados bajo su enorme cu-erpo, y tratar de lograr alguna pequeña cosa concreta. Me parece a mí que, dada la situación, esta segunda opción es la única que tenía alguna posibilidad de lograr algo.
La primera opción parece más heroica, más admirable. Pero, al fin y al cabo, no hacemos las cosas para quedar bien en las páginas de la Historia, sino para lograr algo en el mundo real. Lograr algo o no lograr nada. El mundo real o el mundo de los ideales.
Yo hubiera llevado a la oración qué hacer. Hubiera pedido a muchas personas que rezaran para que Dios me inspirase acerca de qué era lo mejor. Pero la razón indica que en este caso concreto y en el de Gadafi, la prudencia no aconsejaban hacer gestos bruscos con esa bomba de relojería con patas. Así que el Papa ha hecho lo mejor dadas las circunstancias. (Yo aquí siempre a favor de la estructura.)
Es muy fácil hacer de profeta en un edificio renacentista de Roma, es muy triste pasar unos años en una cárcel de Venezuela. He oído que hay cárceles de Venezuela en las que en el desayuno en vez de mantequilla, te ponen margarina no del todo fresca.
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