San Alberto nació en Lauingen (Alemania) alrededor del año 1206. A los 16 años empezó a estudiar en la Universidad de Padua, donde conoció al Beato Jordán de Sajonia, de la Orden de Predicadores, quien lo inspiró para hacerse dominico.
Años más tarde, Alberto obtenía el grado de profesor en la Universidad de París, centro intelectual de la Europa Occidental de aquel entonces. Allí se convirtió en un maestro notable. Se dice que el número de sus estudiantes llegó a ser tal que tuvo que trasladar sus clases a la plaza pública. Esa plaza hoy evoca su nombre: se trata de la plaza de “Maubert” -contracción de “Magnus Albert”-.
Alberto fue elegido superior provincial de la Orden de Predicadores en Alemania y posteriormente nombrado rector de la universidad de Colonia. Fue allí donde tuvo como discípulo a otro “grande” de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino.
A San Alberto se le consideraba una autoridad en filosofía, física, geografía, astronomía, mineralogía, alquimia (química), biología; así como en Biblia y teología. Él fue el gran iniciador de lo que se conoce como “escolástica”. No obstante, a pesar de sus dones y de la fama que tenía, fue siempre un hombre sencillo, aferrado a la oración y los sacramentos.
En Roma llegó a ser el teólogo y canonista personal del Papa. Luego sería ordenado obispo de Regensburg, servicio al que renunció tiempo después para dedicarse a seguir formando nuevos teólogos y filósofos para la Iglesia. En 1274 participó activamente en el II Concilio de Lyon.
San Alberto Magno y María, Casa de Sabiduría
No cabe duda de que San Alberto Magno era un intelectual fuera de lo común. Sin embargo, eso no lo eximió de las debilidades y fragilidades de todo ser humano. Se cuenta que en 1278, mientras daba clases, le falló súbitamente la memoria y perdió por unos momentos la agudeza del entendimiento. Una vez recuperado el santo volvió sobre un episodio de su juventud. Contó que de joven le costaban mucho los estudios y una noche, desesperanzado, intentó huir del colegio donde estudiaba. Cuando llegó a la parte superior de una escalera, colgada en la pared, había una imagen de la Virgen María. "Alberto, ¿por qué en vez de huir del colegio, no me rezas a mí que soy 'Casa de la Sabiduría'? Si me tienes fe y confianza, yo te daré una memoria prodigiosa”, le dijo la Madre de Dios. “Y para que sepas que fui yo quien te la concedió, cuando ya te vayas a morir, olvidarás todo lo que sabías", concluyó la Virgen. Para el santo esa súbita pérdida de memoria fue un signo de Dios, que lo llamaba al encuentro definitivo. Dos años más tarde, el santo murió apaciblemente, sin enfermedad grave o episodio extraordinario. Ese tiempo compuso un hermoso epílogo de oración y trato cercanísimo con la Virgen; una dulce preparación para el encuentro cara a cara con Dios.
“San Alberto Magno –dijo el Papa Benedicto XVI en 2010– nos recuerda que entre ciencia y fe existe amistad, y que los hombres de ciencia pueden recorrer, mediante su vocación al estudio de la naturaleza, un auténtico y fascinante camino de santidad”.
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