1 de noviembre, 2013
Solemnidad de Todos los Santos
Mt 5, 1-12: Homilía de san Agustín (S. 53, 6)
«Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8). Éste es el objeto final de nuestro amor; es el fin en el que alcanzaremos la perfección, no el fin en el que dejemos de existir. Finaliza el alimento, finaliza el vestido: el alimento, porque comiéndolo se consume; el vestido, porque se termina de hacer tejiéndolo. Uno y otro finalizan, pero el fin del primero es la consumición, mientras que el fin del segundo es la perfección. Todo lo que hacemos, lo que hacemos bien, aquello por lo que nos esforzamos y nos apasionamos, incluso lo que deseamos inocentemente, ya no lo sentiremos cuando lleguemos a la visión de Dios. ¿Qué puede buscar quien posee a Dios? ¿O qué puede bastarle a quien no le basta Dios? Queremos ver a Dios, buscamos ver a Dios, y ardemos íntimamente por verlo. ¿Quién no? Pero mira lo que se dijo: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Prepárate para poder verlo. Y si se me permite hablar al modo humano, ¿por qué deseas la luz del sol si tienes los ojos legañosos? Si los ojos están sanos, será un gozo ver la luz, si no lo están, la luz será un tormento. No se te permitirá ver con un corazón no limpio lo que no se puede ver sino con un corazón limpio. Serás rechazado, descartado, y no verás nada, pues dichosos son los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. ¿Cuántas veces dijo dichosos? ¿Cuáles son las causas de esa felicidad, cuáles las obras, los deberes, los méritos? Hasta esta bienaventuranza no se ha prometido que verán a Dios… Hemos llegado a los limpios de corazón, y es a ellos a los que se promete la visión de Dios. Y no sin razón, porque en el corazón se hallan los ojos con los que se ve a Dios. De estos ojos hable el Apóstol Pablo: Iluminados los ojos de vuestro corazón (Ef 1, 18)».
(Trad. de Javier Ruiz, oar)
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