Los sufrimientos del mundo son también de Dios
La Pascua de Jesús es también la nuestra. En la primera “Semana Santa” suya, había muy poco de santa porque las fuerzas del Mal se agolparon para destruir al Inocente. Hoy es, para nosotros, la Semana Mayor y Santa porque todavía necesitamos de la fuerza de Dios para cambiar el mundo en que vivimos, en otro que tenga un sentido más humano. A nuestro alrededor hay multitud de problemas que atrofian la paz, que lastiman a la Humanidad. La insidia de los poderosos, en la Economía, en los Gobiernos; las fábricas de guerra y las mentiras sociales siguen envenenando al mundo, hasta extenuarlo.
Hay, incluso ahora, Judas que traicionan los valores más sagrados. La amistad, la verdad y el amor hoy tienen un precio en moneda corriente para conseguir ambiciones personales y obtener recursos materiales. Al presente, se re-encarnan los Poncio Pilatos que lavan sus manos presumiendo limpieza en los métodos de gobernar, en la administración de la justicia; en el flujo y reflujo de los bienes económicos a nivel planetario. También proliferan multitudes manipuladas por los Poderes de facto para guiar sus gritos a sus propias conveniencias, intereses políticos y pecuniarios. Existen ladrones, como aquellos que estaban crucificados con Jesús, que se obstinan en su conducta; pero también otros que invocan misericordia.
El Domingo de Ramos es un momento de los más significativos para la vida de Jesús, para la Iglesia y el mundo. El humilde hijo del carpintero de Nazareth hoy goza de la cercanía de los sencillos y ahí vierte toda la grandeza del Amor de Dios. Al iniciar la Semana Mayor ingresamos al mundo complicado del sufrimiento, pero también al significado más auténtico de la Esperanza. Dios se deja querer para ofrecer y sentir amor en medio de los padecimientos de todo tipo. Éste es el gran Misterio de Dios que ayuda a entender nuestra propia Humanidad.
Las pesadas tribulaciones del mundo son, a través de este día inicial de la Semana Mayor, la más ferviente canción de la Esperanza, en la que los sencillos pueden, en medio de sus miserias, aspirar al perdón y la paz individual y social; mirar y pertenecer a ese otro mundo que ha decidido luchar contra el Mal y creer en la Misericordia.
Jesús, ayer y hoy, sigue siendo Puerta de Esperanza, capaz de rasgar las maldades del mundo y destrozarlas. En la Fiesta de Ramos, el Mesías es acogido por el amor de los pobres y sencillos. “El que viene en el Nombre del Señor” es el humilde Siervo que le da un nuevo sentido a la Creación entera. Las turbas respiran consuelo y ofrecen palmas y mantos al Enviado de Dios. Otros, miran de reojo la sencillez de los pobres, al tiempo que maquinan planes de dominación.
Este majestuoso ímpetu del amor pueblerino es el arco de triunfo que abre toda la Semana de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, y que, a la vez, invita a dejarse llenar de Misericordia. No para ocultar los pesares, sino para asumirlos como camino indispensable a la felicidad.
Se presenta un elenco de personajes buenos y malos; pero, al fin, todos van a experimentar de cerca la Misericordia, que brota fresca de la pobreza y el dolor de Aquél que va a ser ajusticiado. Bastará contemplarlo y dejarnos penetrar por tanta generosidad.
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