Miércoles, hemos tenido la comida de todo el clero tras la misa crismal. Hoy me he sentado en la mesa redonda donde estaba la siguiente representación del clero: El Ergo (no me preguntéis por su nombre, porque desde hace veinte años lo conozco por el mote), Juan josé, Francisco Javier Martínez, Diego Canales y Jaime Saludo. Esta compañía formada por clero joven y de buen apetito me ha asegurado una comida llena de buen humor, bromas y chascarrillos.
El menú sigue invariable desde los tiempos de San Diego de Alcalá. El mismo postre deplorable de bizcocho con nata sigue poniendo colofón a nuestras reuniones. Por supuesto que alguien me dirá que hay aborígenes de Papua Guinea que se alimentan de escarabajos que matarían por ese bizcocho barato con nata. Por supuesto que alguien me sermoneará con que los prisioneros de un gulag de Siberia en 1942 hubieran soñado con ese bizcocho. No lo dudo, no lo dudo.
Lo cierto es que, al menos, a base de presionar en este blog contra el primer plato del menú del día de hoy, por fin, hemos logrado cambiarlo. Yo ya había transmitido a las altas esferas que en vez de preocuparnos tanto por conseguir más vocaciones, lo que podríamos hacer es conservar las que ya tenemos. ¿Que adonde quiero llegar? Pues a que dar aquella ración de colesterol a todo el clero cada año era una forma de envenenarlo lentamente.
El primer plato siempre consistía invariablemente en una racion de embutidos que rezumaban grasa de cerdo por sus cuatro costados. De aquellos chorizos y salchichones debo tener tocino atravesado en mis venas hasta mis últimos días. Lo repito, a veces no se trata de conseguir más curas, sino de hacer que vivan más años los que ya hay.
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