Ya es hora de que los eclesiásticos hagamos algún tipo de homenaje nacional a la pilistra. No exageraba al decir ayer que es la forma de vida más resistente al entorno parroquial. Llega una señora y la riega durante dos semanas como si fuera un campo de arroz tailandés. Después se va de vacaciones y otra señora se olvida de regarla durante dos meses. Una tercera señora la deja en un lugar donde parece que la ha castigado ad obscuritatem. Y la pilistra allí sigue: viva.
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