En su homilía Mons. Duarte recordó que doña Juana Ross Edwards fue una insigne benefactora, quien a pesar de ser la dueña de la fortuna personal más grande de Chile optó por vivir como la más pobre a fin de enriquecer con sus bienes a los más necesitados de nuestra sociedad. “Los pobres, ancianos y enfermos; niños y niñas desvalidos y en general los más débiles de la comunidad chilena, y particularmente de la comunidad porteña, fueron el objeto predilecto de sus cariños y desvelos”.
También recordó los orígenes de doña Juana Ross. “Nacida “en cuna de oro” la vida sin embargo no fue nada fácil para ella. Tuvo el dolor inmenso de ver fallecer a sus padres, a ocho de sus nueve hermanos, a su esposo, a sus siete hijos y a sus mejores amigos y amigas. Esta verdadera tragedia personal y familiar, que para cualquier persona habría sido causa de una profunda crisis y abatimiento y de pérdida del deseo de vivir, fue para ella la ocasión para iniciar definitivamente una vida nueva, ahora enteramente dedicada al amor de una “nueva familia”: los espiritual y materialmente más necesitados de su tiempo”.
Monseñor Duarte preguntó ¿Cuál fue el secreto que dio el sentido profundo a la vida de doña Juan Ross? ¿Cuál es la clave para comprender su existencia? “Un secreto para nada secreto. Su profunda Fe en el Señor Jesucristo muerto y resucitado por todos, su entrañable amor a la Virgen Santísima y la convicción cristiana de que los bienes espirituales y materiales nos han sido dados por Dios para compartirlos, especialmente con las hermanas y hermanos más necesitados. En efecto, los bienes que no se comparten se convierten en males. Y quien da sus bienes a los pobres “acumula un tesoro en el cielo” para la Vida Eterna, como nos dice el Señor”.
“Ella se dio perfecta cuenta de la pobreza, injusticia e inequidad que convivía con la riqueza del pujante Valparaíso de entonces. Conoció la pobreza y a los pobres de los cerros, quebradas y arrabales de la ciudad. Y cuando enviudó y perdió a la mayor parte de sus seres más queridos, renunció al uso de sus bienes, hizo voto de pobreza, vistió para siempre de luto, cedió su hermosa mansión para construir en ese solar un templo a la Reina de Chile, la Virgen del Carmen, (que es precisamente la Catedral que hoy nos acoge en cuya cripta está sepultada ella y su marido) y se entregó de alma y corazón a su “nueva familia”, renunciando a toda vida social y cultivando celosamente el bajo perfil”.
Además se refirió a las obras que ella apoyó: “fundamentalmente la Sociedad de Beneficencia de Señoras de Valparaíso y la Congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, fue creando obras e instituciones que pudieran subsistir en el tiempo. Así fueron surgiendo hogares de niños, hogares de ancianos, casas para viudas, hospitales, establecimientos educacionales, casas y poblaciones para los pobres y los trabajadores, iglesias, capillas y parroquias”.
Finalizó haciendo un llamado a reflexionar sobre la persona y el legado de doña Juana Ross de Edwards y cómo su ejemplo de vida nos hace meditar sobre cómo estamos entregando la nuestra. “Creemos firmemente que la celebración en que estamos participando debe ser la oportunidad de preguntarnos, en conciencia y ante el Señor, qué estamos haciendo cada uno de nosotros de nuestra vida y con nuestros bienes espirituales y materiales, pocos o muchos”.
Fuente:Comunicaciones de Valparaíso
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