El Santo Padre recorrió los ocho kilómetros que separan el aeropuerto del palacio presidencial en un automóvil utilitario con la ventana posterior abierta para saludar a las personas que se agolpaban a su paso. En algunos tramos, durante el trayecto, el vehículo se vio obligado a detenerse porque, no habiendo cordones de seguridad, eran muchos los que querían ver de cerca al Pontífice que, una vez llegado cerca de la catedral, cambió el utilitario por el papamóvil sin blindaje que utilizará estos días y contrariamente a lo previsto, cambió de itinerario para dar la posibilidad de verle a la multitud que lo esperaba desde hacía horas en ese lugar.
Una vez llegado al palacio de Guanabara, Francisco saludó a los altos cargos del Estado y a los representantes diplomáticos y, después de escuchar los himnos de Brasil y del Estado de la Ciudad del Vaticano, pronunció su primer discurso como Papa en el continente americano.
“En su amorosa providencia - dijo- Dios ha querido que el primer viaje internacional de mi pontificado me ofreciera la oportunidad de volver a la amada América Latina, concretamente a Brasil (...) He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo. Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo corazón; y deseo que llegue a todos y a cada uno mi saludo: “La paz de Cristo esté con ustedes”.
A continuación el Papa agradeció a la presidenta su generosa acogida y recordó a los obispos que con esta visita quería continuar “con la misión pastoral propia del Obispo de Roma de confirmar a sus hermanos en la fe en Cristo, alentarlos a dar testimonio de las razones de la esperanza que brota de él, y animarles a ofrecer a todos las riquezas inagotables de su amor”.
Pero, agregó “el principal motivo de mi presencia en Brasil va más allá de sus fronteras. En efecto, he venido para la Jornada Mundial de la Juventud. Para encontrarme con jóvenes venidos de todas las partes del mundo, atraídos por los brazos abiertos de Cristo Redentor (...) Estos jóvenes provienen de diversos continentes, hablan idiomas diferentes, pertenecen a distintas culturas y, sin embargo, encuentran en Cristo las respuestas a sus más altas y comunes aspiraciones, y pueden saciar el hambre de una verdad clara y de un genuino amor que los una por encima de cualquier diferencia (...) Cristo tiene confianza en los jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: “ Vayan y hagan discípulos”; vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible, y creen un mundo de hermanos y hermanas. Pero también los jóvenes tienen confianza en Cristo: no tienen miedo de arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no serán defraudados”.
Tras subrayar que dirigiéndose a los jóvenes, hablaba también a “sus familias, sus comunidades eclesiales y nacionales de origen, a las sociedades en las que viven, a los hombres y mujeres de los que depende en gran medida el futuro de estas nuevas generaciones”, el Papa recordó el dicho “Los hijos son la pupila de nuestros ojos” y exclamó: “¡Qué hermosa es esta expresión de la sabiduría brasileña, que aplica a los jóvenes la imagen de la pupila de los ojos, la abertura por la que entra la luz en nosotros, regalándonos el milagro de la vista! ¿Qué sería de nosotros si no cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo podríamos avanzar? Mi esperanza es que, en esta semana, cada uno de nosotros se deje interpelar por esta pregunta provocadora... (...) La juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio; tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo;darle una base sólida sobre la que pueda construir su vida”.
Al concluir, el Santo Padre rogó a todos “la gentileza de la atención y, si es posible, la empatía necesaria para establecer un diálogo entre amigos. En este momento- dijo-, los brazos del Papa se alargan para abrazar a toda la nación brasileña, en el complejo de su riqueza humana, cultural y religiosa. Que desde la Amazonia hasta la pampa, desde las regiones áridas al Pantanal, desde los pequeños pueblos hasta las metrópolis, nadie se sienta excluido del afecto del Papa”.
Finalizado su discurso, el Santo Padre se entrevistó en privado con la presidenta Rousseff y con el gobernador y el alcalde de Río de Janeiro. Después se trasladó a la residencia de Sumaré, perteneciente al arzobispado de Río de Janeiro donde se alojará durante su visita a Brasil.
Hoy, martes, está previsto que el Papa dedique la jornada a la aclimatación y al descanso para mañana reanudar la actividad trasladándose al santuario de Aparecida, a unos 200 kms de la capital carioca.
Fuente: Servicio Informativo Vaticano
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