“San Joselito”

Modelo para la niñez y la juventud
José Sánchez del Río, un fiel testigo de la Persecución Religiosa

A México le alegra la noticia de la Canonización del que sería, hasta ahora, el más joven de sus Santos; un valiente adolescente que entregó la vida en defensa de su Fe. El Papa ha anunciado que será canonizado el próximo 16 de octubre.

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Sonia Gabriela Ceja Ramírez

Nació en Sahuayo, Michoacán, el 28 de marzo de 1913. Hijo de Macario Sánchez y María del Río. Su padre era un próspero ganadero y poseía un rancho en la jurisdicción de Jiquilpan, Michoacán.

Su paso por Guadalajara
Desde sus primeros días, José sintió los estragos de la Revolución Maderista. Eran tiempos turbulentos y de violencia entre los villistas, carrancistas y otros. Muchas de las familias sahuayenses emigraron: unos rumbo a México, otros a Guadalajara o cuando menos a Ocotlán, Jalisco. La familia Sánchez del Río emigró a la Capital jalisciense, pasando el principio de la niñez de José en la Perla Tapatía para después regresar a Sahuayo.
Si el Gobierno del Presidente Álvaro Obregón Salido fue moderado, pronto se dejaron sentir los pasos de una persecución cristiana cada vez más incisiva por parte del General Plutarco Elías Calles. El Gobierno callista, no queriendo oír la voz del pueblo, reprimió brutalmente todo tipo de manifestación religiosa.
El 14 de marzo de 1925 varios líderes católicos formaron la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. En 1927 se iniciaba el levantamiento de la Unión Popular, grande y pacífica Organización creada y coordinada por el Maestro Anacleto González Flores, carismático líder católico de Jalisco. El levantamiento estalló en enero de 1927, al grito de ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!

Entre la Fe y la vida de un chavo normal
Durante su infancia en Sahuayo, José perteneció a las Vanguardias del Grupo local de la ACJM (Asociación Católica de la Juventud Mexicana). Su vida la llenaban la escuela y los juegos normales de cualquier niño de su edad, sin descuidar los quehaceres domésticos.
Cuando empezó la Guerra Cristera (1926 a 1929), José estaba en plena adolescencia, pero buscó un ideal y lo encontró en Cristo. Oyó en su interior la invitación de Jesús: Sígueme. ¿El camino?: el martirio.
El 31 de julio de 1926 se decretó la suspensión del culto público, estallando la Revolución Cristera, que envolvió al Occidente del país. José tenía 13 años y 5 meses. Sus hermanos Macario y Guillermo decidieron ayudar a sus padres, y Miguel, su hermano mayor, prefirió, junto con otros amigos, tomar las armas para defender a su Iglesia.
José, viendo el valor de su hermano, pidió permiso a sus padres para hacer lo mismo. Su madre trató de disuadirlo, pero él replicaba: “Mamá, nunca como ahora es tan fácil ganarnos el Cielo”. Su madre le dio permiso, pero le pidió que le escribiera al Jefe de los Cristeros de Michoacán, Prudencio Mendoza, para ver si lo admitía.
Escribió varias veces suplicándole le permitiera enlistarse en la milicia de Cristo, y que si no era todavía capaz de manejar el máuser (arma de fuego), por lo menos serviría a los soldados quitándoles las espuelas, cuidando los caballos y sirviéndoles en todo lo demás. Agregaba con ingenua sencillez que sabía cocer y freír frijoles. Enternecido y admirado, el Jefe le contestó diciéndole: “Si tu madre te da permiso, te acepto”.
Antes de partir, fue a visitar el sepulcro de Anacleto González Flores, pidiendo, por su intercesión, la Gracia de morir Mártir como él.

Camino hacia la Gloria
En un enfrentamiento con los federales, en El Nopal, entre Cotija y Jiquilpan, el 6 de febrero de 1928, al año y cinco meses de estar con los cristeros, al ver que al General le habían matado su caballo, se apea del suyo y le dice, con el garbo de un veterano: “Mi General, aquí está mi caballo, sálvese usted aunque a mí me maten; yo no hago falta y usted sí”. En esa batalla hacen prisionero a José.
Ya encerrado en la cárcel, escribe a su madre y le pide resignarse a la Voluntad de Dios. “Yo muero muy contento porque muero en la raya, al lado de nuestro Dios (…) Ten valor y mándame la bendición junto con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez, y tú recibe, por último, el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba”.
José y un compañero fueron trasladados de Cotija a Sahuayo el martes 7 de febrero. Fueron encerrados en el bautisterio de la Parroquia. Ante las circunstancias de la corta edad de José y de que su padre era hombre de dinero, las autoridades políticas y militares consideraron la posibilidad de liberarlo a cambio de una fuerte suma de dinero. Sin embargo, José no quiso que negociaran su martirio.
El 10 de febrero escribió a su tía María explicándole que estaba sentenciado a muerte.

Vida por Cristo
Al anochecer de ese día, lo trasladaron de la Parroquia al mesón que estaba a unos metros de la plaza principal. A las 11 de la noche lo sacaron del Cuartel y se lo llevaron caminando al Cementerio, desollándole antes las plantas de los pies.
Durante el recorrido por la calle desierta que conducía al Panteón, los vecinos escuchaban los gritos llenos de valor y fervor cristiano que él lanzaba en medio de la noche: “¡Viva Cristo Rey!”
Al llegar al sitio destinado para la ejecución, el mismo José se colocó de espaldas a la que sería su tumba.
El Oficial que mandaba al pelotón se acercó y le preguntó qué le mandaba decir a su papá como última voluntad. El niño le contestó “que en el Cielo nos vemos. Y si al estar siendo martirizado ya no pudiera hablar, el movimiento de mis manos grite ‘Viva Cristo Rey’”.
Cegado de rabia el militar, al ver que no se acobardaba, ordenó a los soldados que lo apuñalaran, para evitar que en el pueblo se escucharan los balazos. A cada puñalada gritaba ¡Viva Cristo Rey!, hasta que el Oficial sacó su pistola y disparó hiriéndolo en la cabeza. Cayó al suelo, bañado en sangre, y susurrando, repitió: ¡Viva Cristo Rey!
Al día siguiente, el Cementerio estuvo custodiado por los soldados, ya que el pueblo quería recoger sangre del Mártir. Sin ataúd y sin mortaja, recibió directamente las paladas de tierra. El panteonero Luis Gómez, testigo ocular del martirio, pidió una sábana, desenterró el cuerpo, lo amortajó y volvió a inhumarlo. Años después, la mamá de José y una cuñada exhumaron los restos, llevándolos a las Catacumbas del Sagrado Corazón.
Cuando se inició el Proceso de Beatificación, fueron trasladados al bautisterio de la Parroquia de Santiago Apóstol, lugar donde había sido encarcelado, y ahí permanecen.
El Obispo de Zamora, Carlos Suárez Cázares decretó iniciar dicho Proceso el 25 de abril de 1996. Su Beatificación fue ejecutada con el Grupo de Anacleto González y Compañeros Mártires el 20 de noviembre de 2005 en el Monumental Estadio Jalisco, de Guadalajara.

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El milagro para la Canonización
En octubre de 2008, la pequeña Ximena Guadalupe Magallón Gálvez llegó a Sahuayo, tierra natal de su mamá, Paulina Gálvez Ávila. En días posteriores la niña inició con fiebre; fue internada en el hospital y diagnosticada con posible neumonía atípica, pero su estado de salud no mejoraba.
A lo largo de dos meses, permanecía hospitalizada tanto en Sahuayo como en Aguascalientes, donde la atendían Especialistas que le hicieron una broncoscopía. Cada día, su madre pedía la intercesión del Beato José Sánchez del Río para la recuperación de la pequeña.
Posteriormente, al descubrir líquido en los pulmones de Ximena, la operaron y le quitaron parte de uno de sus pulmones para analizarlo, y el diagnóstico dio un giro: se trataba de tuberculosis.
La situación de la niña fue empeorando, y pronto comenzó a convulsionarse hasta que finalmente la diagnosticaron con muerte cerebral, debido a un infarto cerebral.
Durante este período, la madre refiere que le acercaba una estampa del Beato José Sánchez, y la nena mostraba pequeños y efímeros signos de mejoría.
Al menos el 90% de su cerebro no estaba funcionando. Plantearon a la familia la necesidad de desconectarla, y cuando esto ocurrió, sucedió el prodigio: Ximena abrió los ojos y sonrió a su madre y a los Médicos. En el encefalograma que le hicieron ese día, el cerebro de la niña se había recuperado en uno 80%, mientras que un día después su recuperación era total. Siete años después, no ha mostrado secuela alguna.
Finalmente, el resumen médico apunta que sufrió un infarto cerebral, tuvo meningitis, convulsiones y tuberculosis, lo que hace de su recuperación, médicamente inexplicable.
La familia agradece a Dios y la intercesión de José.
Éste es el milagro que ha sido aprobado y que lo llevará a los Altares, ya como Santo de la Iglesia Universal, a partir del 16 de octubre.

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