Por el P. Fernando Pascual |
Hay confusión sobre economía y sobre política, sobre ética y sobre medicina, sobre la vida y sobre la muerte, sobre las fronteras y sobre la historia, sobre la justicia y sobre la ecología.
Las confusiones tienen muchas causas. Unas, desde la complejidad de tantos asuntos humanos. Otras, desde los intereses de quienes prefieren ocultar ciertos datos. Otras, desde ideas y corrientes del pensamiento que promueven, precisamente, las confusiones.
Según su origen y sus aplicaciones, las confusiones pueden tener aspectos positivos o negativos. Una confusión que surge desde las presiones de grupos de poder tiene un origen viciado y provoca daños que a veces son graves. Una confusión que evidencia las dificultades objetivas de un tema concreto estimula a una mayor atención y permite evitar conclusiones apresuradas.
Entre las ideas filosóficas que generan confusiones, unas proceden del relativismo, donde cada quien puede adoptar el punto de vista que prefiera sin tener que ser juzgado desde una “verdad” que sería, según dice esta doctrina, inaccesible. Otras proceden de visiones historicistas, donde el modo de pensar depende de la cronología y quedan “eliminadas” las verdades eternas. Otras surgen desde sociologismos y psicologismos, que subrayan la complejidad de los entramados sociales o de las pulsiones internas a la hora de pensar y de actuar.
Ante tantas confusiones, ¿cómo moverse? Hay que denunciar confusiones creadas por manipuladores y por grupos de presión que buscan imponer ciertas leyes y ciertos comportamientos según intereses egoístas. Hay que superar confusiones que nacen de perspectivas filosóficas e ideológicas equivocadas, lo cual no resulta fácil pero es posible con tiempo y reflexión. Hay que acoger aquellas confusiones que ayudan a reconocer la complejidad de algunos argumentos y a evitar simplificaciones reductivas y peligrosas.
Vivir en un mundo lleno de confusiones no resulta fácil, pero supone un reto: el de mantener un sano deseo de buscar la verdad, se encuentre donde se encuentre, sin desanimarse por tinieblas que oscurecen el panorama, y con una irrenunciable confianza en las capacidades de la razón a la hora de conocer algunos (muchos) aspectos del mundo en el que vivimos.
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