“El cristiano no disminuye la gravedad del sufrimiento, sino que levanta sus ojos al Señor y bajo los golpes de la prueba confía en Él y reza, reza por los que sufren. Mantiene sus ojos en el Cielo, pero sus manos están siempre extendidas hacia la tierra, para servir concretamente al prójimo, señaló el Santo Padre.
El Pontífice presidió en latín la Eucaristía en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro del Vaticano en la que concelebraron diversos Cardenales y Obispos. Las lecturas fueron pronunciadas en inglés, francés e italiano.
“Rezamos por los Cardenales y Obispos que nos han dejado en el último año. Algunos de ellos murieron a consecuencia del COVID-19, en situaciones difíciles que agravaron su sufrimiento. Que estos hermanos nuestros saboreen ahora la alegría de la invitación evangélica que el Señor dirige a sus siervos fieles: ‘Vengan, benditos de mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo’”, dijo el Santo Padre.
En su homilía, el Papa invitó “ante el misterio de la muerte redimida, pidamos la gracia de mirar la adversidad con otros ojos. Pidamos la fuerza para saber vivir en el silencio manso y confiado que espera la salvación del Señor, sin quejarnos y sin refunfuñar. Lo que parece un castigo resultará ser una gracia, una nueva demostración del amor de Dios por nosotros”.
“Saber esperar en silencio -sin habladurías, en silencio- la salvación del Señor es un arte, es el camino de la santidad. Cultivémoslo. Es valiosa en el tiempo en que vivimos: ahora más que nunca no hay que gritar y alborotar, sino que cada uno de nosotros debe dar testimonio con su vida de su fe, que es una espera dócil y esperanzada”, señaló el Papa.
Al reflexionar en la importancia de la espera en silencio de la salvación del Señor, el Santo Padre indicó que “esta actitud no es un punto de partida, sino un punto de llegada” y al citar el libro de las Lamentaciones destacó que el autor recorre “un camino accidentado, que le ha hecho madurar” y que al final del viaje “llega a comprender la belleza de confiar en el Señor, que nunca deja de cumplir sus promesas”.
De este modo, el Papa explicó que “la confianza en Dios no nace de un entusiasmo momentáneo, no es una emoción ni siquiera un simple sentimiento. Por el contrario, surge de la experiencia y madura en la paciencia”.
En este sentido, el Santo Padre recordó que Job “pasó de un conocimiento de Dios ‘de oídas’ a un conocimiento vivo y experiencial. Y para que esto ocurra, es necesaria una larga transformación interior que, a través del crisol del sufrimiento, lleva a saber esperar en silencio, es decir, con paciencia confiada, con un corazón manso” y añadió que “esta paciencia no es resignación, porque se alimenta de la espera del Señor, cuya venida es segura y no defrauda”.
“¡Qué importante es aprender el arte de esperar al Señor! Esperándolo dócilmente, con confianza, desterrando fantasmas, fanatismos y clamores; conservando, sobre todo en tiempos de prueba, un silencio lleno de esperanza”, afirmó el Papa.
Sin embargo, el Santo Padre reconoció que “ante las dificultades y problemas de la vida, es difícil tener paciencia y mantener la calma. La irritación se instala y el desánimo suele aparecer. Así puede ocurrir que nos sintamos fuertemente tentados por el pesimismo y la resignación, que lo veamos todo negro, que nos acostumbremos a tonos de desconfianza y lamento” y añadió que “en la prueba, ni siquiera los bellos recuerdos del pasado pueden consolarnos, porque la aflicción lleva a la mente a detenerse en los momentos difíciles. Y esto aumenta la amargura, parece que la vida es una cadena continua de desgracias”.
Dios se acerca para salvarLuego, el Papa explicó que “el Señor marca un punto de inflexión, justo en el momento en que, sin dejar de dialogar con Él, parece que estamos tocando fondo. En el abismo, en la angustia del sinsentido, Dios se acerca para salvar. Y cuando la amargura alcanza su punto álgido, la esperanza vuelve a florecer de repente”.
“En medio del dolor, los que se aferran al Señor ven que Él abre el sufrimiento, lo transforma en una puerta por la que entra la esperanza. Es una experiencia pascual, un pasaje doloroso que se abre a la vida, una especie de trabajo espiritual que en la oscuridad nos hace volver a la luz”, describió el Papa.
En esta línea, el Santo Padre señaló que este cambio “no se debe a que los problemas hayan desaparecido, sino a que la crisis se ha convertido en una misteriosa oportunidad de purificación interior”.
“La prosperidad, de hecho, a menudo nos vuelve ciegos, superficiales y orgullosos. En cambio, el paso por la prueba, si se vive al calor de la fe, a pesar de su dureza y sus lágrimas, nos hace renacer, y nos encontramos diferentes al pasado”, advirtió.
Finalmente, el Santo Padre subrayó que “las pruebas nos renuevan, porque eliminan muchas de las escorias y nos enseñan a mirar más allá de la oscuridad, a ver con nuestras propias manos que el Señor realmente salva y tiene el poder de transformarlo todo, incluso la muerte. Nos deja pasar por los cuellos de botella no para abandonarnos, sino para acompañarnos” y agregó “el dolor sigue siendo un misterio, pero en este misterio podemos descubrir de manera nueva la paternidad de Dios que nos visita en la prueba”.
Publicar un comentario