Por Mónica MUÑOZ |
“México no se entiende sin Ella”, dijo el Papa Francisco en su discurso de despedida de México, refiriéndose a la Virgen de Guadalupe. Parece mentira que sea un extranjero quien nos lo tenga que hacer notar. Claro, no es cualquier extranjero sino el Jefe de la Iglesia Católica, el Vicario de Cristo y, para aumentarle más, es un hijo que ama tanto a su Madre que, sólo por Ella, decidió aceptar el viaje a nuestro país, una visita que duró seis días, los cuales bastaron para marcarlo para siempre, como ocurrió antes con San Juan Pablo II y con Benedicto XVI.
Y creo que tiene toda la razón. México es el país que tiene el privilegio de albergar a la Virgen de Guadalupe, aparecida a San Juan Diego, un humilde siervo de Dios que cumplió fielmente la petición de la Reina del Cielo, llevando su mensaje al Obispo Zumárraga, donde pedía le fuera construido un santuario en el que escucharía a sus hijos, siendo éste un acontecimiento único en el mundo, de tal magnitud que hizo exclamar al Papa Benedicto XIV: “con ninguna nación obró así”, citando el versículo 20 del salmo 147.
Sabemos que tras pedir una prueba que avalara la autenticidad de la aparición, la imagen de la Virgen quedo plasmada en la tilma del indio Juan Diego al abrirlo ante el fraile para dejar caer unas rosas de castilla. Esto ocurrió el 12 de diciembre de 1531; ciertamente, en los misioneros españoles no causó el impacto que muchos se imaginan, pues Fray Juan no da constancia pastoral del suceso; sin embargo, las dos culturas que parecían irreconciliables, se unieron gracias a este magnífico hecho, porque los indígenas lo aceptaron de inmediato y solicitaban el bautismo para convertirse al cristianismo, de tal manera que a los misioneros les parecía extraño, sospechando una forma de idolatría disfrazada; sin embargo, hasta los españoles comenzaron a sentir una irresistible atracción hacia Ella, lo que dio origen no sólo a uno, sino a varios templos. (Presentación del canónigo de la Basílica de Santa María de Guadalupe José Luis Luis Guerrero Rosado de la tesis doctoral “El modelo pedagógico de Nuestra Señora de Guadalupe en el Nican Mopohua”, de Leandro H. Chitarroni).
Hasta la fecha, el milagro guadalupano puede observarse en la basílica construida en el antiguo cerro del Tepeyac, conocido con ese nombre por las numerosas pruebas a las que ha sido sometida la ruda tela para tratar de dilucidar el misterio, como ejemplos, puede citarse que la tela haya resistido el paso del tiempo sin sufrir daños, sobre todo porque no fue preparada para ser pintada y menos para durar tantos años; los estudios realizados por expertos certifican que la cara del ayate donde está la imagen es suave y la parte posterior áspera, algo imposible de lograr. El libro “El secreto de sus ojos” narra los estudios hechos en computadora a los ojos de la imagen de la Virgen de Guadalupe, realizados por el Dr. José Aste Tönsmann, autor del libro, describiendo imágenes oculares de Purkinje-Sanson, que se encontrarían en los ojos de una persona viva. Otro hecho sorprendente es detallado por el Dr. Juan Hernández Illescas en el libro “La Virgen de Guadalupe y las estrellas”, en el que relata que las estrellas en el manto de la Guadalupana reproducen con exactitud y armonía, la posición que tenían en el cielo cósmico la mañana del solsticio de invierno, es decir, el 12 de diciembre, de 1531. Y por si fuera poco, al tomarse la temperatura de la fibra de maguey con que está construida la tilma, se descubrió que milagrosamente mantiene una temperatura constante de 36.6 grados, la misma que el cuerpo de una persona viva. Otra más: uno de los médicos que analizó la tilma colocó su estetoscopio debajo de la cinta negra de la cintura de la Imagen, la cual indica que está embarazada, encontrando latidos que rítmicamente se repiten a 115 pulsaciones por minuto, igual que un bebé que está en el vientre materno. Es el Niño Jesús que está en el Santo Vientre de la Madre de Dios.
Pero, independientemente de lo extraordinario de los descubrimientos en la venerada imagen, que bien, pueden creerse o no, hay que destacar algo que históricamente no puede negarse: la circunstancia de la impresión de la Imagen de la Virgen de Guadalupe trajo la paz al naciente México, permitiendo que la evangelización se diera pronto. Constancia de ello son los innumerables bautismos, confesiones y matrimonios, a los que eran reacios los mexicanos, que se suscitaron a partir de 1531, como lo atestiguan los misioneros e historiadores Fray Toribio de Motolinia y Fray Gerónimo de Mendieta. El Papa Francisco lo sabía y por eso ha resaltado su importancia para la historia de nuestra nación.
Tan grande es la influencia de la Virgen de Guadalupe que, el Papa San Juan Pablo II se refirió a Ella como la “Estrella de la Evangelización”, reiterando el título otorgado por sus antecesores de Emperatriz de América y Filipinas. Ya más en tono de broma, alguien dijo que los mexicanos son 90 por ciento católicos y cien por ciento guadalupanos. Además la basílica de Guadalupe es el santuario mariano que más peregrinos recibe en el año en todo el mundo, sumando unos veinte millones.
Después de todas estas consideraciones, queda la reflexión: de nada sirve que tengamos el privilegio de ser una nación escogida por la Madre de Dios si no transformamos nuestra realidad. Somos un pueblo sufriente, como dijo el Papa Francisco, pero también tenemos lo necesario para levantarnos y salir de los problemas que nos aquejan, sin embargo, es necesario que nos concienticemos de ello y trabajemos para lograrlo. Dejemos las quejas y pongamos manos a la obra. ¿Por dónde empezamos?, ¡por nuestra propia casa, por supuesto! Ese será siempre el mejor inicio y el más importante para conseguir el anhelado cambio para nuestro país. ¿Qué les parece si comenzamos hoy?
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