Viví profundamente la liturgia de la Vigilia Pascual. Tuve el gozo de vivir esas ceremonias de la Resurrección. Ahora bien, aunque no creo que entorpeciera demasiado, hubo una cantidad de fallos bastante grande. Recopilación de errores:
Empezamos cinco minutos más tarde, porque me había olvidado de que había que llevar el Santísimo Sacramento del interior de la clausura al sagrario. Me fastidia mucho empezar tarde por mi culpa. Siempre insisto a todos que las misas deben empezar a la hora exacta sin un solo minuto de retraso.
Cuando le pedí a un ayudante que trajera el cirio adonde estaba el fuego, me trajo el cirio con el pie de bronce. Tuve que decirle que cuando yo avanzara hacia el altar con el cirio, llevara discretamente el pie por un lado de la iglesia.
El fuego no estaba encendido cuando llegué allí al comienzo de la misa. Y eso que se lo dije tres veces al encargado de eso. Tuve que soplar y soplar para que saliera algo de llama, una pobre llama.
Un acólito dejó completamente abierta la puerta de la sacristía entrando toda la luz hacia el presbiterio durante más de seis minutos en los que toda la iglesia estaba con la luz apagada y sólo la luz de las velas. Al final, ya no aguanté más y tuve que decirle que cerrara la puerta.
Sonó la alarma de un móvil dejado en la sacristía durante cinco largos e inacabables minutos. Tuve que pedir a un acólito que cerrara la puerta.
Pedí a un colaborador que trajera el hisopo de metal para la aspersión del agua. Tuve que repetirle la indicación un rato después, al ver que se me acababan las renuncias y la profesión de fe, porque seguía sin traerlo y había que buscarlo en la sacristía.
En un momento dado, moví una vela que estaba cerca del misal y se derramó la cera sobre la mano que la movió. Me quemé y manché el mantel.
Pero la misa fue larga y estos detalles no creo que despistaran en exceso a los presentes. El próximo año intentaré solventarlos de antemano. Aunque tengo un año para olvidarlo todo.
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