“Si bien no tengo la misma energía de antes, colaborar en mi parroquia me revitaliza. Cuando estoy recorriendo el sector, es como si me colocaran una inyección, porque me gusta y me motiva la labor que hace”, dice la señora Ana Tourrel, que sigue visitando en micro a personas que se cambiaron de barrio y quieren seguir ayudando, porque sus abuelos y sus padres se casaron, se bautizaron o hicieron la primera comunión en la parroquia Italiana.
Para ella, ser visitadora es mucho más que recaudar dinero, pues se relaciona de manera cercana con quienes visita. “Yo estoy muy contenta porque en estos años he conocido personas muy buenas, de quienes he recibido muchas enseñanzas, y a la vez he podido entregar algo de lo mío”, cuenta.
“Una vez encontré un pareja de edad que nunca se había casado y hablé con el párroco y los casó. Otro matrimonio cumplía 50 años y coordiné con los padres para que lo celebraran en la parroquia. También he podido ayudar a enfermos para que el sacerdote los vaya a visitar. Hago una labor integral. En ocasiones me preguntan dónde hay escuelas y yo los oriento, o les digo donde está el jardín infantil”, comenta entusiasmada.
En estas cuatro décadas ha podido conocer otras realidades, mucho más tristes, dice, como la profunda soledad de muchos. “He ayudado a personas que viven solas, porque tienen confianza conmigo, están ansiosas de conversar, me cuentan su vida, su juventud… Yo siempre digo: ‘no les voy a meter la mano en el bolsillo’. Tengo que esperar a que me entreguen su aporte”.
Motivando a otros a colaborar
Ana Tourrel rememora la época en que muchas familias del barrio entregaban su aporte. Hoy son pocas, y cuesta mucho motivar a nuevas personas para que lo hagan. En lo que va del año se ha incorporado solo una. “Antes, en las torres cercanas, colaboraban bastante y yo recorría los 19 pisos. Ahora pagan el 1% sólo dos”, dice.
Reconoce que hay casos donde el compromiso con la Iglesia se va manteniendo en el tiempo. “A mí me emocionó una familia, que tiene 3 hijos, y cuando se recibió el mayor me dejó un recado: que pasara a la parroquia porque había comenzado a trabajar, me dejó su aporte y lo sigue haciendo hasta ahora”, dice y agrega que “después entró su hermana y también coopera, y la menor igual: es emocionante porque yo he conocido muchos jóvenes desde niños y son los únicos que han seguido colaborando como lo hacían sus padres”.
Aunque a su familia le gustaría que se retirara por su edad, algo que viene cavilando hace tres años, experiencias como ésta la motivan a continuar. “Cada vez que lo he intentado, mi párroco, el padre Julio Rubin, me dice, ‘¿cómo me va a dejar solo?’. Y son tan buenos con nosotros, que es como mi casa, así que sigo”, dice.

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