¿En qué consisten este tipo de encuentros?
Surgen como una necesidad eclesial de profundizar y socializar, a través de un diálogo auténtico y sincero, una necesaria reflexión teológico - pastoral sobre el proceso de renovación que vive nuestra Iglesia, a partir del llamado que nos hace la Misión Continental.
Un llamado que consiste en vivir la experiencia cristiana de la fe a través de una praxis concreta y dinámica, que intenta superar la tentación humana de la autocomplacencia y de las falsas seguridades. En este sentido, la fe cristiana demanda de la comunidad creyente una actitud de permanente discernimiento sobre su quehacer (decir y hacer) para ser testimonio coherente de lo que le pide el Señor aquí y ahora.
Creo que uno de los aspectos más importantes de este tipo de encuentros consiste en saber darse tiempo, entre tanto trabajo pendiente, para encontrarnos y discernir teológicamente lo que el Señor nos está pidiendo. Es importante recordar que el discernimiento es responsabilidad de todo creyente, no es un trabajo excluyente reservado sólo a eruditos y sabios. Tampoco es un desafío de cada individuo aislado, sino una responsabilidad y exigencia permanente y dinámica de toda la comunidad cristiana.
¿Por qué son importantes para nuestra Iglesia?
Porque estamos llamados a ser testigos de la unidad cristiana, la que nos propone y a la que nos invita el Dios de Jesucristo, es decir, el Dios trino (unidad en la diversidad). Y en cuanto tal, a dar testimonio de que esta unidad en la diversidad (no a pesar de ella o anulando la diversidad) es realmente posible hoy, aquí y ahora, en proyección de plenitud futura.
Estos encuentros han sido auténticas experiencias eclesiales y, en ese sentido, deben dar cuenta de la alegría que surge de la vocación recibida y vivida, y, a la vez, de la necesidad de contar a otros esta experiencia del Reino de Dios a la que todos estamos invitados. Realidad que se caracteriza por superar toda exclusión y reduccionismo de principio. Por tanto, una realidad que nos desafía a vivir en la lógica de Dios, en la disposición al encuentro y la gratuidad de la vida a la que estamos invitados.
¿Cómo ha sido la experiencia de los encuentros anteriores?
En mi opinión, los encuentros anteriores (2011 y 2012) han sido muy positivos porque lograron generar espacios de encuentro y diálogo.
Reunieron a cristianos de distintas zonas geográficas, realidades, comunidades, vocaciones y ministerios, para compartir y discernir teológicamente el quehacer de la Iglesia, asumiendo los desafíos al interior de las propias comunidades cristianas y de éstas en su relación con el mundo, en el que se encuentran y al que están enviadas a servir a través de un diálogo sincero y respetuoso.
Si esto se logra hacer bien, es una señal de concreción de la intuición fundamental del Concilio Vaticano II y de toda la tradición de la Iglesia Latinoamericana que desde éste se genera.
¿De qué manera el Año de la Fe es un renovado impulso para el objetivo de estos encuentros?
La fe es una respuesta total del ser humano al previo estar de Dios, quien nos invita a encontrarnos personalmente "en" y "con" la comunidad, y, en ese sentido, la fe nos demanda una actitud de diálogo y apertura al encuentro. Es importante retomar lo conversado en la jornada del año pasado, en que precisamente nos reunimos a dialogar sobre la fe. En este tema, recomiendo volver a leer o escuchar las distintas presentaciones que se han hecho en los dos encuentros anteriores (en La Serena y Concepción), especialmente las presentaciones sobre la "conversión pastoral", en La Serena, y la presentación sobre la fe realizada por el padre Sergio Silva en la jornada del año pasado en Concepción.
¿Quiénes son las personas llamadas a participar y por qué?
En principio este encuentro está dirigido a todos los agentes pastorales, laicos y consagrados, que deseen interiorizarse con el marco teológico pastoral que sustenta el discipulado misionero permanente.
Creo que la única exigencia que debe cuidarse, consiste en la disposición para encontrarse y discernir en comunidad lo que el Señor nos está pidiendo hoy, aquí y ahora. Para esto se requiere vencer los prejuicios culturales y los atisbos de soberbia que todos podemos albergar, consciente o inconscientemente. Es decir, se requiere auténtica pasión por la Verdad (Jesucristo) y la libertad cristiana.
En la Iglesia de Jesucristo nadie sobra. Todos somos necesarios e invitados a responder y aportar aquello que somos y tenemos. El reconocer que Dios nos ha llamado, a pesar de todas nuestras limitaciones, nos debe llevar a entender que él ve en cada uno de nosotros grandes posibilidades y riquezas. En este sentido, restarse implica empobrecer la riqueza de la comunidad, de los otros.
En la medida en que podamos encontrarnos con una auténtica actitud dialogante, y ser capaces de decir aquello que Dios nos muestra (a cada uno, a cada comunidad y a cada iglesia), podremos vivir mejor el amor al que hemos sido invitados por Jesucristo y ser un testimonio atractivo para el mundo de hoy.
Informaciones e inscripciones en el Especial Web
Fuente: www.iglesiaenmision.cl

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